Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 30 de abril de 2025


Aunque Fabrice no abría jamás las que recibía su mujer, no era verosímil que el marqués escribiera a Beatriz sin tomar excepcionales precauciones, y fue así que al cabo de algunos días llamó la atención de Calvat el gran número de las que llegaban en esta forma: «Señora Jacques Fabrice; para entregar a la señora vizcondesa de Aymaret»; y estimularon tanto más sus sospechas, cuanto que la letra parecía evidentemente contrahecha: decidióse a abrir una, y encontróse con que, efectivamente, era toda del puño de Pierrepont: he aquí su contenido: «Querida Beatriz, , esta existencia de engaños y traiciones es indigna de nosotros y me complace que opines sobre este punto como yo... En tanto que esta situación se prolongue, nuestra dicha no será más que una vana ilusión, nuestro amor no será otra cosa que un continuo sufrimiento... ¿Y no hemos ya sufrido demasiado?... Cree firmemente que soy tan incapaz como de buscar frases hipócritas para engañar mi propia conciencia... Somos culpables, lo , pero, ¿qué crimen de amor pudo encontrar mayores excusas?... ¿Se cruzaron jamás entre dos corazones honrados y sinceros parecidas fatalidades?... , somos delincuentes, pero somos también al propio tiempo víctimas de la contraria suerte... Sería realmente vergonzoso y criminal perseverar en esta vía de abominable duplicidad... ¡Huyamos, pues!... ¡Te lo ruego, alma mía, dígnate consentir!... Confía en ... he tomado todas las medidas... Todo cuanto un hombre puede hacer, otro tanto haré yo para que tu destierro sea un destierro de encantos... ¡Te adoro!

Calvat, para cerciorarse, se impuso la costumbre de hacer centinela ante la verja de la quinta a la hora que llegaba el cartero. Conociéndolo este hombre por cuñado del pintor le entregaba las cartas dirigidas a la casa, y Calvat estudiaba cuidadosamente los sobrescritos.

Y se dirigió hacia la verja; pero cuando iba a cerrarla alguien lo hizo seña de que la dejara abierta; era el marqués que venía de la estación. Cruzaron un saludo. Calvat dobló la esquina de la calle inmediata y Pierrepont entró en la quinta.

Mi querido Jacques replicó Calvat , siento mucho abrirte los ojos y destruir tus ilusiones acerca de tu princesa... Pero... pero puesto que lo quieres, sea... ¿Sabes la pregunta que hace un momento me dirigía la niña a propósito de su excelente madre, de su irreprochable maestra? «Tío decíame , ¿se dan besos los caballeros y las señoras cuando no son marido y mujer?» «Algunas veces... le respondí en ciertas ocasiones... ¿Por qué me preguntas eso, Marcelita?...» «Porque ayer tarde, después de comer, cuando volvía a dar las buenas noches a papá en la sala, vi que el señor de Pierrepont besaba a mamá

Bajo el golpe de la tremenda noticia que acababa de dársele, Beatriz quedó fulminada; había oído las palabras de Calvat, pero al principio no dio distintamente con su sentido; después una luz terrible se hizo en su espíritu y comprendió... Una carta de Pedro estaba en manos de su marido... Y de una mirada advirtió como en un caos sombrío todo lo que podía salir en algunos minutos de los pliegues de aquella misiva: el deshonor, la vergüenza, la perdición, la muerte.

Calvat vio por su parte con muy malos ojos el matrimonio de Fabrice con esta gran dama, cuyos desdenes presentía, y que iba a ser un fiscal implacable de sus habituales inconveniencias, y además le molestaba que ahora cada vez que iba a ver a su sobrina tenía que ponerse paquete. ¡Trascendental motivo de rencor!

Por todas estas comprensibles razones, tanto Calvat aborrecía a Beatriz cuanto ésta lo despreciaba, y la mutua antipatía de estos seres, unidos por diabólico designio, no podía menos de crecer más, y más emponzoñarse con el transcurso del tiempo.

Calvat se llevó mucho tiempo buscando qué género de pintura podría convenir mejor a su siglo y a su talento, creyendo varias veces haberlo al fin encontrado. Durante un viaje por Italia, que hizo a costa de Fabrice, se había decidido con ardor por los pintores primitivos, y volvió no hablando sino de Duccio, Cimabue, Giotto, Tadeo Gaddi, el Massaccio y el Perugino, entonando himnos interminables a los mosaicos de San Miniato y a la simplicidad hierática de los bizantinos. «En esas fuentes frescas y puras era, según él decía con churrigueresca verbosidad, en donde debían vigorizarse las anémicas artes del siglo XIX.

Apenas tuvo tiempo de terminar estas palabras, cuando Fabrice, agarrándolo por el cuello, casi hasta ahogarlo: ¡Miserable! le dijo , ¡estás ebrio!... ¡Vete! ¡Vete de mi casa! Y lo empujó, arrojándolo fuera del taller. ¡Pobre tonto! murmuró Calvat haciendo una repugnante mueca. ¡Te he dicho que te vayas! añadió Jacques marchando hacia su cuñado.

Palabra del Dia

commiserit

Otros Mirando