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Ella, encarnación de la ama de casa, fría y tímida, sometida a todas las fatalidades de la existencia cuotidiana; él, encarnación del propietario, pesado y obtuso, incapaz de toda pasión. Discurría en esta forma, mientras mi corazón estuvo lleno del sentimiento amargo de que yo pasaba inadvertida y era inútil.

Aunque Fabrice no abría jamás las que recibía su mujer, no era verosímil que el marqués escribiera a Beatriz sin tomar excepcionales precauciones, y fue así que al cabo de algunos días llamó la atención de Calvat el gran número de las que llegaban en esta forma: «Señora Jacques Fabrice; para entregar a la señora vizcondesa de Aymaret»; y estimularon tanto más sus sospechas, cuanto que la letra parecía evidentemente contrahecha: decidióse a abrir una, y encontróse con que, efectivamente, era toda del puño de Pierrepont: he aquí su contenido: «Querida Beatriz, , esta existencia de engaños y traiciones es indigna de nosotros y me complace que opines sobre este punto como yo... En tanto que esta situación se prolongue, nuestra dicha no será más que una vana ilusión, nuestro amor no será otra cosa que un continuo sufrimiento... ¿Y no hemos ya sufrido demasiado?... Cree firmemente que soy tan incapaz como de buscar frases hipócritas para engañar mi propia conciencia... Somos culpables, lo , pero, ¿qué crimen de amor pudo encontrar mayores excusas?... ¿Se cruzaron jamás entre dos corazones honrados y sinceros parecidas fatalidades?... , somos delincuentes, pero somos también al propio tiempo víctimas de la contraria suerte... Sería realmente vergonzoso y criminal perseverar en esta vía de abominable duplicidad... ¡Huyamos, pues!... ¡Te lo ruego, alma mía, dígnate consentir!... Confía en ... he tomado todas las medidas... Todo cuanto un hombre puede hacer, otro tanto haré yo para que tu destierro sea un destierro de encantos... ¡Te adoro!

El orígen, pues, y las causas de esta funestísima tragedia, fueron haberse divulgado en aquella villa las fatalidades acaecidas en las provincias de Chayanta y Tinta, con un edicto que expidió José Gabriel Tupac-Amaru, en que espresaba todas sus crueles y ambiciosas intenciones: lo que, llegado á noticia del corregidor, D. Ramon de Urrutia, juntamente con los extragos que causaba en las provincias de Lampa y Carabaya, le determinaron á prevenirse para cualquier acontecimiento.

Sin duda, la naturaleza poco sensible del joven no lo incitaba a profundizar la pena que ella sentía, ante las fatalidades que amenazaban a los seres más caros a su corazón. Pero ella misma ¿no tenía algo que reprocharse? ¿Se había confiado a él como a un amigo y protector, en quien se busca amparo y consuelo en el dolor?

Dio algunos pasos a lo largo del taller como para fijar sus ideas, después, volviéndose al marqués: ¿Puedes, si quieres le dijo , explicarme algunos giros de tu carta cuya significación no alcanzo?... Invocas como excusas ciertas misteriosas circunstancias del pasado, ciertas fatalidades que pesaron sobre la señorita de Sardonne y ... ¿Puedo saber a qué haces alusión?

Me estás atormentando... Déjame en mi abyección y en mi rebajamiento... ¿Á qué querer remontar la corriente? ¡Estoy perdido sin apelación! El destino no cambia. Soy un desgraciado víctima de fatalidades inexplicables y en vano tratarás de arrancarme á mi suerte. No me revoluciones el pensamiento con esperanzas irrealizables. Déjame: no espero más que el reposo y el olvido de la muerte.

Bonis se acercó al lecho a tientas, estirando el cuello, abriendo mucho los ojos y pisando de un modo particular que él había descubierto para conseguir que las botas no chillasen, como solían. Esta era una de las fatalidades a que se creía sujeto por ley de adverso destino; siempre las suelas de su calzado eran estrepitosas.

Me acordaba de todo lo que había leído, trataba de representarme al hombre detenido por la fortuna adversa, a su país cediendo más bien a fatalidades de raza que no a contrastes militares, descendiendo a la costa, no abandonándole sin pena, lanzándole un postrer adiós de desesperación y de reto, y bien que mal trataba de expresar lo que me parecía ser la verdad, sino histórica, lírica al menos.

¿Cómo es posible que ese hombre tan despejado, tan penetrante, tan instruido, no haya podido mejorar su fortuna, ó haya perdido la que tenia, cuando ese otro tan encogido, tan torpe, tan rudo, ha hecho inconcebibles progresos en la suya? ¿No debe esto atribuirse á la casualidad, á fatalidades, á mala estrella?

Necesitamos saber que está presente, invisible y eterno, viendo las injusticias del destino, las violencias que nos imponemos por su gloria, las fatalidades que nos oprimen, nuestras miserias y nuestras virtudes, muchas veces ignoradas de todo el mundo. Su voz vibraba, brillaban sus ojos, y Lacante la saludaba con gestos amables, más por su asombrosa belleza que por su elocuencia.