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Esa vieja es mi madre, y debes hablar de ella con el respeto que merece. En cuanto á dinero, la pobre señora no puede enviar más. Miró Elena á su esposo con cierto desprecio, diciendo en voz baja, como si se hablase á ella misma: Esto me enseñará á no enamorarme más de pobretones... Yo buscaré ese dinero, ya que eres incapaz de proporcionármelo.

Que la sociedad para arriba y la moral para abajo...; a hacer puñales. Yo me basto y me sobro. ¿No era yo noble? ¿No tenía buenas inclinaciones? ¿Pues por qué me cerraron la puerta? Pobre mujer, todavía, todavía es tiempo... ¿De qué? De adoptar una vida arreglada. Yo te buscaré trabajo. No hacer nada. Yo te pasaré una pequeña pensión... Dirán que soy tu querida. Concluiré por serlo...

Tengo buenos amigos en París, hombres políticos, diplomáticos; les escribiré á todos... Y en último término, si no queda otro recurso, buscaré por medio de un gobierno neutral hacer llegar una carta á Guillermo II. Tal vez me atienda: debe acordarse de , de su visita á mi buque... Ahora fué ella la que oprimió sus manos.

Yo saldré a la calle... Yo buscaré por todo el edificio; yo volveré patas arriba Cortes y procuradores, y han de parecer, aunque se hayan metido dentro de la campanilla del presidente o en la urna donde se vota. ¡Qué aprieto, qué compromiso, qué situación! Y el pobre viejo se echó a llorar como un chiquillo. Subamos, Sr. de Araceli dijo resueltamente Presentación que tengo mucho deseo de ver eso.

¡Ah, no!... Llegará un día en que España será un país de microbios solos, y entonces la lucha por la vida adquirirá aquí caracteres horribles. Antes de esa fecha exclamó el microbio local yo me agarraré al presupuesto. Buscaré un empleíllo en algún laboratorio, como microbio de cultivo, y ¡a vivir! ¿Han leído ustedes las experiencias del doctor Voronof?

Usted, por lo pronto, como si ya se hubiese ido. Puede usted buscar otro sitio donde servir, que yo no tolero que ningún criado se me quiera imponer. El cocinero quedóse otra vez inmóvil y estupefacto ante aquella brusca despedida; pero reponiéndose en seguida giró sobre los talones, diciendo con dignidad: Está bien, señora; lo buscaré.

Ningún halago de los que recibiera en otro tiempo fue tan de su gusto como aquel espontáneo arranque de despecho. Me abandonaste replicó , y lo que se tira por la ventana es de quien primero lo recoge. Eso será si yo lo consiento. ¡Buscaré a ese hombre...! ¡No, por Dios! Pues prométeme que... y no siguió. ¿Ves? No puedes decirlo. ¿Qué he de prometer?

Es decir, quererme..., no..., aunque , como se quiere al primero..., la novedad, la sorpresa, el despertar de los sentidos..., pero yo buscaré modo de darle a entender que no me ha engañado. ¡Cómo se habrá reído de ! Aunque no sea más que un cuartito de hora tengo que hablar con ella y decirle: ¿Conque me querías tanto..., estabas loquita..., a solito?... ¡Embustera!

Ella hará que este sér su afan soporte cercana viendo la entreabierta tumba, ni tan valiente que su vida corte, ni tan cobarde que al dolor sucumba. Como en la oscuridad busca el que ciega alivio de su bárbara fortuna, yo buscaré la paz que se me niega de mi propio dolor en la amargura.

Sabe Dios cuánto tiempo hubiera estado silencioso y como sujeto a un encanto, si ella, repuesta del trabajo que la había costado aquella su extraña confesión, no le hubiera dicho: Sólo hay una manera, señor mío, repito, para que yo os perdone vuestro atrevimiento, y es que siendo, según decís, esa medalla que pendiente de ese cordón lleváis sobre el pecho, un preservativo contra los demonios, ya sean o no sean familiares, y contra toda casta de espíritus foletos y malditos, me la entreguéis, para que yo pueda quedar esta noche sin morirme de miedo en mi casa; que mañana será otro día, y ya buscaré yo vivienda en que acomodarme, donde no haya habido nunca, ni duende, ni trasgo, ni fantasma, ni alma en pena, ni cosa que en mil leguas al otro mundo huela.