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Actualizado: 1 de junio de 2025


Las horas, que se arrastran pesadamente de la mañana a la noche, despidiendo como una baba pegajosa, empapan mi alma en desesperación. Esto ya no es vivir. Hágome cuenta de que ya se acabó todo, y voy a escribir. Isidora viene. Esta desgraciada es el único ser que ha tenido la abnegación de unirse a y ampararme cuando me ha visto abandonado por todos. ¡Oh corazón generoso!

A veces funcionaba el telégrafo sub carpetano tan sólo para observar que al padre Fernández se le caía la baba o que al padre Solís se le rodaba el bonete. Por poco versado que el lector esté en humanidades macarrónicas, habrá deducido del diálogo trascrito que aquella mañana se había casado D. Benigno Cordero en la capilla de los Dolores de San Isidro.

Al mismo tiempo no se ocultó para decir en confianza por el pueblo lo que en el Molino ocurría: las entrevistas de Andrés con su sobrina, de las cuales sacaba partido para calificar a aquel de disoluto y a su hermano de necio; la presunción de la chica desde que un señorito la requebraba; la fingida oposición del padre, etc., todo adobado con la baba del odio y el despecho.

Llegaba con el pescuezo barnizado de rojo por los hilillos de sangre que se escapaban de los palos hincados en su cuello y los desgarrones de la piel, en los cuales quedaba al descubierto el músculo azul. «¡Coronel! ¡Hijo mío!...» Y el toro, como si comprendiese estas explosiones de ternura, alzaba el hocico, mojando con su baba las patillas del ganadero. «¿Por qué me has traído aquí?», parecían decir sus ojos fieros inyectados de sangre.

Y a instancias de su mujer se dirigía a la habitación donde estaba su hijo. No podía ver a aquel niño de labios gruesos, gris como el asfalto; pero lo cogía en brazos y procuraba simular que se le caía la baba, combatiendo con gran trabajo la tentación de tirarlo al suelo.

Pero en fin, allá te la Dios, y si pescas el turrón, hijo, buen provecho, y escribe en llegando, y no parezcas más por aquí, egoistón, tragaldabas... Pues digo, el otro, el Juanito Pablo, desde que tiene empleo no pone los pies en casa. ¡Si comparado con sus hermanos, Maximiliano es un ángel de Dios y un talentazo...! Voy a lo que me decía Nicolás esta mañana... Que D. Evaristo es un cristiano rancio, y que cuando le administraron, recibió al Señor con una edificación y una santidad tan grandes, que todos los concurrentes al acto lloraban a moco y baba.

Para camisas tuyas, ; pero te las hago chiquititas. ¡Chiquititas! , y también te estoy haciendo unos baberos muy monos. ¡A , baberos a ! , tonto; por si se te cae la baba. ¡Jacinta! Anda... y se ríe el muy simple. ¡Verás qué camisas! Sólo que las mangas son así... no te cabe más que un dedo en ellas. ¿De veras que ?... A ver ponte seria... Si te ríes no creo nada.

El vaho ardoroso de los pucheros donde se ahogaba el capullo subíasele á la cabeza, escaldándole los ojos; pero á pesar de esto, permanecía firme en su sitio, buscando en el fondo del agua hirviente los cabos sueltos de aquellas cápsulas de seda blanducha, de un suave color de caramelo, en cuyo interior acababa de morir achicharrado el gusano laborioso, la larva de preciosa baba, por el delito de fabricarse una rica mazmorra para su transformación en mariposa.

Todos se volvieron y divisaron a la infeliz oruga humana, envuelta en un mantón viejísimo, con una gorra de lana morada, que aumentaba el tono de cera de su menuda faz, arrugada y marchita como la de un anciano por culpa de la mala alimentación y del desaseo. Sus ojuelos negros, muy abiertos, miraban en derredor con vago asombro, y de sus labios fluía un hilo de baba.

El delirio de la fiebre turbó su cerebro; parecíale que las olas del mar se le acercaban, cual enormes serpientes, retirándose de pronto y cubriéndole de blanca y venenosa baba; que la Luna le miraba con pálido y atónito semblante; que las estrellas daban vueltas en rededor de él, echándole miradas burlonas.

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