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Actualizado: 18 de junio de 2025
Yo pensé que eran calzas, porque eran a modo de ellas, cuando él, para entrarse a espulgar, se arremangó, y vi que eran dos rodajas de cartón que traía atadas a la cintura y encajadas en los muslos, de suerte que hacían apariencia debajo del luto, porque el tal no traía camisa ni gregüescos, que apenas tenía qué espulgar según andaba desnudo.
Cuando las dos mujeres anduvieron un poco más, dejaron de ver la soga; pero oyeron más fuerte el zumbar de la rueda acompañado de ligeros chirridos. Se adivinaba el roce del eje sobre los cojinetes mal engrasados y el estremecimiento de las transmisiones, de donde obtenían su girar las roldanas, en las cuales estaban atadas las sogas. Pero nada se podía ver.
El alma ve entonces las cosas tales como son y no tales como aparecen; las ve, no en su manifestación transitoria, sino en su idea pura y eterna; no ya en lucha constante, desligadas, sin concierto, en guerra de exterminio, sino que las ve atadas por lazo de amor, subiendo en concorde armonía hacia la luz y hacia el bien, y encaminándose, por atracción suave y divina, a la justificación providencial de todo.
Á los cuales bultos Inca Yupanqui mandó, cuando ansí los mandó poner en los escaños, que les fuesen puestas en las cabezas unas diademas de plumas muy galanas, de las cuales colgaban unas orejeras de oro; y esto ansí hecho, mandó que les pusiesen ansímismo en las frentes, á cada uno destos bultos, unas patenas de oro, é que siempre estuviesen dos mamaconas mujeres con unas plumas coloradas largas en las manos é atadas unas varas, con las cuales oxeasen las moscas que ansí [en] los bultos se sentasen; el servicio de los cuales é que ansí se hiciese á estos bultos, fuese muy limpio; é que las mamaconas é yanaconas, cada é cuando que delante destos bultos pareciesen á les servir y reverenciar, é otros cualesquier que fuesen, viniesen muy limpios é bien vestidos, é con toda limpieza é reverencia é acatamiento estuviesen delante destos tales bultos.
Yo no pasaría tanto cuidado si Raquel no anduviese preocupada ella también. "Tú no intervengas para nada me ha dicho hoy si algo grave le sucede, no serás tú la que pueda remediarlo". Y así las dos me dejan con las manos atadas. Y por el mismo Muñoz, hija, ¿nada has podido averiguar? Pero si él sabe menos que yo, ni está en estado de preocuparse.
Todas tenian cabelleras abundantes de un rubio color de oro, atadas por fuera de las cofias formando enormes roscas, ó pendientes sobre las espaldas en espesas trenzas con grandes lazos de cintas negras. Si el mayor número de las paisanas no llevaban en la cabeza sino sus grandes cofias negras con anchos encajes de punto, muchas tenian coronas de enormes rosas artificiales.
Pues bien: figúratele ya en Peleches con esas intenciones y muy pagado de lo mucho que se le desea; y considérame a mí con las manos atadas por los respetos que tengo que guardar a los proyectos consentidos y ensalzados por ti. Con todo esto y lo pegajoso y azucarado que él es, no hay remedio, papá: o tiene que darme a mí muy malos ratos, o tengo que dárselos yo a él peores.
Búfalo discurría con igual éxito junto a don Jorge y a la madre Shipton, que se mostraba amable hasta cierto punto. ¿Es este caso una tonta partida campestre? dijo el tío Billy para sus adentros con desprecio, contemplando el silvestre grupo, las oscilaciones de la llama y las caballerías atadas. De pronto, una idea se mezcló con los vapores alcohólicos que enturbiaban su cabeza.
Su cofia alba, cuyas cintas estaban sólidamente atadas bajo su carnosa barba, se inclinaba un poco sobre la oreja izquierda, y su rudo y áspero rostro de viejo dragón, de facciones ligeramente hinchadas como se ve en las mujeres de edad que beben de buen grado un trago de coñac en la copa de sus maridos, brillaba lleno de energía y de decisión en su marco de encajes.
Los carros de los labriegos, con sus toldos claros, formaban un campamento en el centro del cauce, y á lo largo de la ribera de piedra, puestas en fila, estaban las bestias á la venta: mulas negras y coceadoras, con rojos caparazones y ancas brillantes agitadas por nerviosa inquietud; caballos de labor, fuertes pero tristes, cual siervos condenados á eterna fatiga, mirando con sus ojos vidriosos á todos los que pasaban, como si adivinasen al nuevo tirano, y pequeñas y vivarachas jacas, hiriendo el polvo con sus cascos, tirando del ronzal que las mantenía atadas al muro.
Palabra del Dia
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