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Actualizado: 18 de junio de 2025
Pero nada; ni un solo transeúnte detuvo el paso para decir: «¡Eh, chis, chis, venga La Abeja, muchacho!» Los chicos corrían, corrían siempre gritando furiosamente, y yo los seguía jadeante: la hoguera de mi entusiasmo se iba apagando a medida que entraba en calor.
El pico de Cabreras se tinta en rosa; la cordillera del fondo toma una suave entonación violeta; el castillo de Sax refulge áureo; blanquea la laguna; las viñas, en la claror difusa, se tiñen de un morado tenue. Lentamente la sombra gana el valle. Una a una las blancas casitas lejanas se van apagando.
Cuando estuvo en pie dominando el concurso con la sagrada paloma de madera pintada sobre su cabeza, el ruido se fue apagando poco a poco. La muchedumbre, extraordinariamente engrosada, se apiñó otra vez debajo de la tribuna. Había ya muchos hombres que no venían por pura devoción, sino también con el objeto de juzgar el sermón literariamente.
En medio de un campo segado, al que habían pegado fuego los labradores, se alzaba una columnita de humo. Medio pollito se acercó y vio una chispa diminuta, que se iba apagando por instantes entre las cenizas. «Amado Medio pollito le dijo la chispa al verle : a buena hora vienes para salvarme la vida. Por falta de alimento estoy en el último trance.
Oye, Manolo dijo uno apagando todo lo posible la voz , ¿quién te ha dado esa boquilla? Pues se la he limpiado a mi hermano. ¿Es de ámbar? De ámbar y espuma de mar: le ha costado tres duros en Madrid. ¡Pobre de ti si llega a saber que has sido tú...! Calla, tonto. ¿Para qué está el criado en casa, sino para pagar estas culpas?...
«Cuando sus alas opacas Cual la noche oscura y fria, Apagando mi alegría Tiende el sombrío dolor; Yo me siento consolado Al contemplar tu belleza, Y disipa mi tristeza Una lágrima de amor. «Como una estrella brillando En la bóveda del cielo Llena el alma de consuelo Y de amor el corazon, Así en medio de la noche Admiro tus bellos ojos, Y disipa mis enojos Una lágrima de amor.
Porque no era el traspunte vulgar que con cinco minutos de antelación recorre los cuartos de los actores gritando: «Don José; va V. a salir Señorita Clotilde; cuando V. guste». Ni por pienso: Antoñico tenía en su cabeza todos los pormenores indispensables para el buen orden de la representación; dirigía la tramoya con una precisión admirable, daba oportunos consejos al mueblista, hacía bajar el telón sin retrasarse ni adelantarse jamás; cuando había necesidad de sonar cascabeles para imitar el ruido de un coche, él los sonaba; si de tocar un pito, él lo tocaba, y hasta redoblaba el tambor con asombrosa destreza apagando el ruido para hacer creer al espectador que la tropa se iba alejando.
Quedó como galápago encerrado y cubierto con sus conchas, o como medio tocino metido entre dos artesas, o bien así como barca que da al través en la arena; y no por verle caído aquella gente burladora le tuvieron compasión alguna; antes, apagando las antorchas, tornaron a reforzar las voces, y a reiterar el ¡arma! con tan gran priesa, pasando por encima del pobre Sancho, dándole infinitas cuchilladas sobre los paveses, que si él no se recogiera y encogiera, metiendo la cabeza entre los paveses, lo pasara muy mal el pobre gobernador, el cual, en aquella estrecheza recogido, sudaba y trasudaba, y de todo corazón se encomendaba a Dios que de aquel peligro le sacase.
Á duras penas habrían sido más intensos esos sentimientos, si el autor hubiese reducido á cenizas el edificio de la Aduana, apagando sus últimos rescoldos con la sangre de cierto venerable personaje, contra quien se le supone la más negra inquina.
No me diga una palabra, déjeme, voy a entrar en la iglesia. Voy a rezar ahora que todo el mundo se ha ido. No, no me diga una palabra, no podría resistir, ahora, una palabra suya. Y corrió, muy alterada, hacia el interior del templo. Un hombre de cabeza crespa y rojiza, vestido con traje de pana, andaba apagando los cirios en el silencio de la pequeña nave.
Palabra del Dia
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