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Actualizado: 18 de junio de 2025


Tornó a subir para avisarle; el conde descendió, apagando cuanto podía el ruido de sus botas. A la puerta del pasadizo la medianera le dejó, después de abrirle la puerta. Bajose otra vez hasta tocar con las manos en el suelo para no ser advertido de la gente que pasase por la calle, y en esta forma atravesó el pasadizo de la tribuna. Abrió la puerta y entró. La oscuridad le cegó.

No; el claro y abundante manantial de amorosas venturas, el tesoro de hechizos, el cáliz colmado de licor de celestial bienandanza, que con el auxilio de los dioses ella ha creado y en tiene, no puede ni debe tocar a labios impuros, apagando su sed, ni puede ser entregado para que le goce y profane a quien no sobresalga entre el vulgo de los mortales con eminencia desmedida.

Uno tras otro, no obstante, y sin saber por qué, aquellos puntos luminosos se fueron apagando, se fueron borrando y perdiendo en los abismos profundos y negros de una idea. Su imaginación empezó a dar vueltas como un pájaro aturdido dentro de esta idea triste y desesperada, donde no penetraba el más delgado rayo de luz. ¿Para qué estaba ella en el mundo?

¡Qué blancura tan admirable! No: mucho mejor que eso. Las vírgenes y las niñas, por dulces que sean, tienen poco más ó menos lo que podemos llamar el verdor de la juventud, mientras que el candor de nuestra perla aseméjase más bien al de la inocente desposada, tan pura, aunque sumisa al amor. No tiene la menor ambición de brillar, suavizando, y apagando casi sus matices.

Comenzó a componer endechas y letrillas que hubieran podido servir para Nuestra Señora, y largos y conceptuosos discursos con que pensaba abordar a su amada, en la primera ocasión. Algunas noches, apagando la luz de su aposento, pasábase horas enteras asomado a la ventana.

Esta situacion sublime, poetizada por Shakespeare, hubiera podido esplotarse en este poema, apagando en el héroe de la revolucion del sud la luz de la razon, poniendo en su boca palabras delirantes de patria y libertad, pero dejando intacto su corazon para sentir.

En el silencio de la noche, la voz reposada y armoniosa de María Teresa, llegó hasta Juan: Pues , lo prefiero a todos los demás, porque baila el boston admirablemente. Los pasos se alejaron; las risas frescas de las jóvenes se fueron apagando, se sintió el ruido de las puertas que se cerraban, y luego, poco a poco, reinó el silencio.

Apretó pues el paso, y corrió á trechos, comiendo el pan que llevaba en el zurrón y apagando la sed en los cristalinos arroyos que halló á su paso. Al cabo de una hora tuvo la fortuna de alcanzar á un leñador que con su hacha al hombro llevaba la misma dirección que él, lo que le evitó perder más tiempo y aun extraviarse en los numerosos senderos que cruzaban el bosque.

Me parece que los días eran como unos velos que se corrían despacio, uno sobre otro, y estos velos caían sobre mi memoria, y poco a poco iban apagando y oscureciendo lo que en ella había. Al cabo de cierto tiempo empecé a verle... así como entre brumas, lejos; y con las ocupaciones, todo lo que yo pensaba se interrumpió para dar lugar a otras cosas.

Una calma aparente reinaba en la casona, porque Narcisa, sabiendo que le era imposible contrarrestar la influencia que Fernando ejercía en su madre, se contentaba con zaherirlos a los dos a cierta distancia del marino, apagando la voz y mordiendo las desesperaciones de su envidia. El fracaso de sus tentativas conquistadoras cerca de Salvador la tenía frenética.

Palabra del Dia

rigoleto

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