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El 18 de febrero recogió su ancla el gigantesco vapor Paraná á cuyo bordo habíamos ido todos los pasajeros reunidos en San-Thomas por las malas particulares de Cuba, Méjico, «Centro-Américael Pacífico, Nueva Granada y todas las Antillas. A las nueve de la mañana todo el mundo lanzó su grito de despedida, al empezar con alegría y confianza la segunda navegacion.

El 2 de febrero el vapor Bogotá recogió su ancla, lanzó su silbido matinal, semejante al grito del salvaje, y sacudiendo con sus alas de hierro las turbias ondas del Magdalena, se deslizó rápidamente por entre los verdes y tupidos pabellones de las selvas, dejando marcada su brillante estela en las flotantes espumas que iluminaba el sol de la mañana.

Las tres anclas están ya en el centro del buque, con veinte pies de cable cada una y sólidamente amarradas al palo mayor, con cuatro buenos marineros á cargo de cada ancla. Según vuestras órdenes, diez hombres distribuídos á lo largo de la cubierta, con pellejos llenos de agua, cuidarán de apagar todo fuego que puedan producir las flechas incendiarias si las usan esos bandidos.

Levemos el ancla de popa dijo el Capitán . El viento sopla del Este, y pondremos la proa hacia la salida de la bahía. Van-Horn subió al castillo para examinar antes la posición del ancla; pero a poco se le vió palidecer y hacer un gesto de furor. ¡Capitán! exclamó con voz descompuesta. ¿Qué ocurre? preguntó Van-Stael. La cadena está cortada y el ancla perdida. ¿Cortada? ¡Imposible!

Pues yo os diré, repuso Vifredo, que cuando los franceses nos cogieron el galeón Cristóbal y lo anclaron á doscientos pasos de la playa, dos arqueros de marca, Robín y Elías, no necesitaron más de cuatro flechas para cortar el cable del ancla como con un cuchillo, de suerte que por poco se estrella el galeón contra las rocas y á los de á bordo los asaeteamos de lo lindo.

Esta mañana, estando el viento al OSO bonancible, zarpé el ancla, y con el bote y chalupa por la proa al remolque seguí la canal, y llegué á las diez para las once á la Horqueta de las Toninas, en cuyo paraje largué toda vela, siéndome ya allí dicho viento favorable.

Vamos para abajo, Manuel contestó el enfermo ; ¿quieres algo para el otro mundo?, dilo pronto, que estoy levando el ancla, hijo. ¡Qué!, tío Pedro, no está usted en ese caso. Ha de vivir. Usted más que yo. Pero... como dice el refrán que hacienda hecha no estorba..., quiere decir... No digas más, Manuel repuso el tío Pedro sin alterarse. Dile a tu madre que dispuesto estoy.

Se puso en pie sobre el pretil, y abrazado al ancla se arrojó al agua. Su cuerpo de coloso abrió en ella una grande brecha, que se cerró al instante. La mar profunda extinguió aquella chispa de vida, como tantas otras, con implacable indiferencia. Un marinero que le vió de lejos, corrió hacia el sitio gritando: ¡Hombre al agua! Otros tres o cuatro de las próximas embarcaciones le siguieron.

La muerte de Tito Carleti puso fin á toda resistencia y su galera, cambiando de bordada, se dirigió de nuevo hacia el Galeón, saludada por los gritos de entusiasmo de los soldados. El barón y Sir Oliver no tardaron en reunirse sobre la cubierta del barco inglés, y retirada el ancla que lo aferraba á la galera del normando, se hicieron las tres naves á la vela, á corta distancia una de otra.

El ancla cayó al mar con un ruido estridente de cadenas. La barca se dispuso a virar sobre ella. ¿Vas a amarrarte a tierra, Domingo? preguntó don Melchor. , señor respondió el capitán. No hay necesidad; amárrate en dos. Dentro de una hora podrás enmendarte. Tanto me cuesta uno como otro dijo en voz baja el capitán alzando los hombros, y luego en voz alta añadió: ¡Echa la de uso!