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Actualizado: 22 de mayo de 2025


También me ha recreado mucho la historia, que es un cuento verdadero de todo lo que los hombres han hecho antes de ahora; resultando, hija mía, que siempre han hecho las mismas maldades y las mismas tonterías, aunque no han cesado de mejorarse, acercándose todo lo posible, mas sin llegar nunca, a las perfecciones que sólo posee Dios.

¡Bienvenido, primo mío! exclamó acercándose y dándome una palmada en el hombro, sin cesar de reírse. Muy disculpable es mi sorpresa, porque no todos los días ve un hombre su propia imagen contemplándole frente a frente. ¿Verdad, señores? Espero no haber incurrido en el desagrado de Vuestra Majestad... comencé a decir. ¡No, a fe mía!

¡Avergonzada! ¿y por qué? ¡Porque soy una mujer perdida! dijo la Dorotea , y se cubrió el rostro con las manos. ¿Pero quién ha dicho eso? replicó Montiño acercándose á ella y apartándole suavemente las manos de sobre el rostro. Lo digo yo. Pues decís mal, señora; yo os creo una mujer virgen. ¡Ah, explicadme... explicadme eso!

Mi deber es pregonar la verdad sin temor a las ofensas. El caballero volvió a mirarle esta vez con una benevolencia compasiva, y acercándose a él y poniéndole una mano sobre el hombro, le preguntó sonriendo: Vamos a ver, señor cura, si usted fuera Dios, ¿haría un mundo tan perverso como éste? Esa pregunta más parece una burla... respondió con señales de tristeza y disgusto el clérigo.

Cogiólos Candido, y acercándose á todo correr al preceptor, se los presentó con mucha humildad, diciéndole por señas que sus Altezas Reales se habian dexado olvidado aquel oro y aquellas piedras preciosas. Echóse á reir el maestro de leer, y las tiró al suelo; miró luego atentamente á Candido á la cara, y siguió su camino.

Dio tres o cuatro brinquitos en son de acercarse a Marta y dijo pi... pii. ¿Quieres que suba a ver si le cojo? preguntó Ricardo. No; aguarda un poco..., parece que viene él... Menino, Menino..., ven acá, mono..., ven acá..., toma... El Menino dio otros tres o cuatro brincos, acercándose, y se paró, ladeando otra vez la cabeza para escuchar.

El joven leyó su lista en medio del silencio dignísimo de la concurrencia; dos o tres la aprobaron después de leída, pero los demás, suspensos de la fisonomía del doctor Trevexo, que demostraba visible descontento, no articularon una sola palabra de aprobación. ¿Qué le parece a usted de esa lista, señor don Ramón? dijo don Narciso acercándose al oído de mi tío.

Tornó á subir y acercándose á ella con semblante airado le preguntó: ¿Quieres hablar? La Pura guardó silencio unos instantes; luego dijo: Si te doy alguna noticia, ¿me juras que no dirás de quién la has sabido, que nunca saldrá de tu boca mi nombre? Lo juro. ¿Por qué lo juras? Por lo que quieras. Júralo por la salud de tus padres. Lo juro por la salud de mis padres.

Ambos avanzaban impávidos al través de la noche y la lluvia, presagiando la muerte. Siguieron un buen trecho a lo largo de la muralla y al llegar a la carretera de Sarrió tomaron por ella. No habían andado cinco minutos cuando oyeron cerca un gemido. Pararon en firme, y acercándose al pretil distinguieron un bulto; se aproximaron un poco más y vieron sentada una niña.

Este aprovechó un momento en que Visita se detuvo para saludar a una familia que ella había recomendado al Obispo, y acercándose al oído de la joven dijo en tono de paternal autoridad: Ha hecho usted mal, pero muy mal en acompañar a esta... loca. Pero si me votaron... Si usted no fuera de esa junta... Papá espera a usted hoy a comer. Iba a escribirle yo misma, pero dese usted por convidado.

Palabra del Dia

ancona

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