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Actualizado: 8 de junio de 2025
Montenegro los veía pasar en fila, camino de la cárcel, entre las bayonetas y las grupas de los caballos, unos abatidos, como si les sorprendiese la aparición hostil de la fuerza armada «que había de unirse a ellos»: otros, asombrados, no comprendiendo cómo las cuerdas de presos despertaban tal alegría en la calle Larga, cuando habían desfilado por ella horas antes como triunfadores, sin permitirse el menor atropello.
Cancha-Rayada viera con denuedo A los héroes de Mayo caer vencidos, Pero sin dar cabida al torpe miedo Alzaron sus pendones abatidos, Al cielo sus espadas elevaron Y en sus hombros la patria sustentaron.
En los accesos la cara y los labios están azulados, los ojos equimosados, y cuando se presentan por la noche, que es lo mas frecuente, producen vómitos por el dia, lo cual no es privativo del cobre; el espasmo es prolongado, la respiracion interrumpida, la rigidez del cuerpo tetánica; hay asimismo calambres, y terminados los accesos, los enfermos tiemblan, vomitan, están abatidos, aunque menos que en la belladona, cuya accion se dirige al cerebro, y que corresponde además al elemento flegmásico.
Después del fracaso de don César, los carlistas de Nieva quedaron bastante abatidos, María derramó muchas lágrimas y pidió a Dios con fervor que no hiciesen prevalecer la iniquidad y la mentira sobre su santa ley y se compadeciese de los buenos defensores, desterrados y perseguidos a la sazón.
Aquel hombre parecía la sombra de las muchachas: no era posible volver la cabeza sin encontrársele: y don Pedro reparó también que al surgir detrás de un pilar o por entre los árboles el rondador perpetuo, la cara triste y ojerosa de Carmen se animaba, y brillaban sus abatidos ojos. En cambio don Manuel y Nucha daban señales de inquietud y desagrado.
Nuestros corazones, que palpitaban tristemente, rebosaban de pena y dolor, sin alientos para poder pronunciar las más simples palabras. Una barrera insuperable se había interpuesto entre nosotros; ambos estábamos abatidos y enfermos de pesar. El pasado, lleno de esperanzas, había terminado; teníamos por delante el porvenir sombrío, melancólico y desesperante.
A lo que decís que os hacen otras vejaciones, procurad que vuestros hijos entren en oficios de república para que sujetándoles os podais vengar de ellos. Y no salgais de esta órden que os damos, porque por esperiencia vereis que de abatidos vendreis á ser tenidos en algo. Usuff, principe de los judíos de Constantinopla.» =La misma respuesta en otro estilo.=
22 Mas a los violentos adelantó con su poder; se levantó, y no fió a nadie en la vida. 24 Fueron ensalzados por un poco, y desaparecieron, y son abatidos como cada cual; serán encerrados, y cortados como cabezas de espigas. 1 Y respondió Bildad suhita, y dijo: 3 ¿Por ventura sus ejércitos tienen número? ¿Y sobre quién no está su luz?
Lucía, como una flor que el sol encorva sobre su tallo débil cuando esplende en todo su fuego el mediodía; que como toda naturaleza subyugadora necesitaba ser subyugada; que de un modo confuso e impaciente, y sin aquel orden y humildad que revelan la fuerza verdadera, amaba lo extraordinario y poderoso, y gustaba de los caballos desalados, de los ascensos por la montaña, de las noches de tempestad y de los troncos abatidos; Lucía, que, niña aun, cuando parecía que la sobremesa de personas mayores en los gratos almuerzos de domingo debía fatigarle, olvidaba los juegos de su edad, y el coger las flores del jardín, y el ver andar en parejas por el agua clara de la fuente los pececillos de plata y de oro, y el peinar las plumas blandas de su último sombrero, por escuchar, hundida en su silla, con los ojos brillantes y abiertos, aquellas aladas palabras, grandes como águilas, que Juan reprimía siempre delante de gente extraña o común, pero dejaba salir a caudales de sus labios, como lanzas adornadas de cintas y de flores, apenas se sentía, cual pájaro perseguido en su nido caliente, entre almas buenas que le escuchaban con amor; Lucía, en quien un deseo se clavaba como en los peces se clavan los anzuelos, y de tener que renunciar a algún deseo, quedaba rota y sangrando, como cuando el anzuelo se le retira queda la carne del pez; Lucía que, con su encarnizado pensamiento, había poblado el cielo que miraba, y los florales cuyas hojas gustaba de quebrar, y las paredes de la casa en que lo escribía con lápices de colores, y el pavimento a que con los brazos caídos sobre los de su mecedora solía quedarse mirando largamente; de aquel nombre adorado de Juan Jerez, que en todas partes por donde miraba le resplandecía, porque ella lo fijaba en todas partes con su voluntad y su mirada como los obreros de la fábrica de Eibar, en España, embuten los hilos de plata y de oro sobre la lámina negra del hierro esmerilado; Lucía, que cuando veía entrar a Juan, sentía resonar en su pecho unas como arpas que tuviesen alas, y abrirse en el aire, grandes como soles, unas rosas azules, ribeteadas de negro, y cada vez que lo veía salir, le tendía con desdén la mano fría, colérica de que se fuese, y no podía hablarle, porque se le llenaban de lágrimas los ojos; Lucía, en quien las flores de la edad escondían la lava candente que como las vetas de metales preciosos en las minas le culebreaban en el pecho; Lucía, que padecía de amarle, y le amaba irrevocablemente, y era bella a los ojos de Juan Jerez, puesto que era pura, sintió una noche, una noche de su santo, en que antes de salir para el teatro se abandonaba a sus pensamientos con una mano puesta sobre el mármol del espejo, que Juan Jerez, lisonjeado por aquella magnífica tristeza, daba un beso, largo y blando, en su otra mano.
Y no es raro que se presenten ocasiones favorables para amonestar con algun fruto; porque esos hombres con su imprudencia, suelen atraer sobre sí amargos disgustos, cuando no desgracias; y entónces, abatidos por la adversidad, y enseñados por experiencia dolorosa, suelen tener lúcidos intervalos de que puede aprovecharse un amigo sincero para hacerles oir los consejos de una razon juiciosa.
Palabra del Dia
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