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Pasó adelante el joven haciéndome una cortesía bastante zurda, como de hombre que necesita y estudia en la fisonomía del que le ha de favorecer sus gustos e inclinaciones, o su humor del momento para conformarse prudentemente con él; y dando tormento a los tirantes y rudos músculos de su fisonomía para adoptar una especie de careta que desplegase a mi vista sentimientos mezclados de efecto y de deferencia, me dijo con voz forzadamente sumisa y cariñosa: ¿Es usted el redactor llamado Fígaro?...

Terrible situación era esta para una reina, aunque fuese de Abisinia y de la mano zurda.

Y este trono ocupó doña Ramona desde el día siguiente; y allí la vieron con admiración los marchantes, rígido y empinado el cuerpo vestido de obscuro, casi negro; medio cubierta la cabeza con su cofia; las cejas enarcadas; los sombríos ojos clavados, por detrás de los cristales de las gafas, en las manos de piel lívida, como la de la cara; la calceta y las agujas entre los dedos, y sin otras señales de estar viva que el movimiento vertiginoso de las manos y tal cual mirada zurda que lanzaba por encima de los anteojos, bajando un poco la cabeza, cuando alguien entraba o salía, o mientras tiraba con la diestra del hilo que terminaba en un grueso ovillo que andaba rodando, tan pronto sobre el mostrador como encima del felpudo, o hecho una maraña entre las uñas de un gato, debajo de la silla.

El regreso del paseíto después de comer casi siempre lo colocaba en una situación crítica y zurda: o la manga de la levita blanqueada por el contacto de las paredes humanas, o el perfume de un ramo de jazmines, o lo inmoderado de un nudo de corbata poco defendido, o cualquiera otra causa, lo entregaban a las garras de la leona, y los celos de Norma estallaban: ¡Viejo libertino y sin vergüenza, inmoral, corrompido, sucio!...

Señor Fígaro me dijo don Cándido abrazándome, aquí le presento a usted a mi hijo Tomás, el que sabe latín; usted no ignora que yo lo crío para literato; ya que yo no puedo serlo, que lo sea él y saque de la obscuridad a su familia. ¡Ay, señor Fígaro, como yo lo vea famoso, muero contento! Hízome a esta sazón Tomasito una cortesía tan zurda como sus disposiciones literarias.

David era ya casado, pero esto no era óbice, porque allí el rey podía y solía tener dos mujeres legítimas: una se llamaba cuan-baaltihat o reina de la mano derecha, y la otra, gerâ baaltihat o reina de la mano zurda.

Así lo pensaba el banquero, aunque lo dijo de otro modo con una copa en la diestra, y la zurda en la patilla de este lado. Estuvo menos infeliz que de costumbre en el «meerooodeo» de recursos oratorios para llenar su cometido. Sólo dos veces sacó a plaza a los meeroodeadoores, y no llegaron a tres las en que necesitó agarrarse a su muletilla para terminar un período.

Pero ni Moreno ni el ingenioso Sánchez estaban de humor para reírse. Lo hicieron, sin embargo, pero resultó la risa del conejo. Si usted me hiciera ahora el favor de la mano... dijo D. Pantaleón con voz temblorosa. Hombre, es usted muy viejo... pero, en fin, allá va. No, la derecha no, la izquierda. ¡Vaya por la zurda! exclamó el hombre alargándola.