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Los dos callaron hundiendo sus ojos en aquella gasa impenetrable de vapores. La condesa buscaba el sol. Octavio buscaba una fórmula. La condesa principió á tararear piano la famosa frase il sol de l'ánima de Rigoletto. Octavio la escuchaba con arrobamiento: sintió húmedos sus ojos y apretada la garganta.

Yo continuó el sacerdote me acuerdo de lo que me hizo ver la Novena, lo veo ahora con sólo tararear algunos de sus pasajes. ¡Oh, aquel scherzo tan gracioso, con sus originales trémolos de timbal! Me parece, oyéndolo, que Dios y su corte de santos han salido del cielo a dar un paseo, dejando a los angelitos dueños de la casa. ¡Amplia libertad!, ¡juerga general!

Es muy probable. Alain Chartier fué besado en los labios por una reina y no era más que poeta... ¡Digo! Si hubiera sido músico... , dijo Tragomer; pero las bacantes mataron á Orfeo. Estaban borrachas... Y, además, ¿quién sabe? Acaso Orfeo no quiso tocar lo que ellas le pedían. Maugirón se puso á tararear, con aire malicioso. ¡Ah!

Me atreví hasta entretenerme libremente con su recuerdo. Miré la ventana de su cuarto y en ella vi su encantador semblante. su voz en los paseos del parque y me puse a tararear para encontrar en aquel murmullo el eco de las canciones que le gustaba entonar al aire libre, que el viento hacía tan fluidas y que eran acompañadas por el susurro de las hojas.

No cantaba, pues, casi nunca, pero solía tararear suavemente cuando ejecutaba alguna labor, como ahora. De vez en cuando se paraba a tomar aliento, apoyándose un instante en la escoba, y después de echar hacia atrás algunos rizos que le caían por la frente, seguía su tarea. Ricardo apareció de nuevo en la puerta. ¿Martita, estás enfadada aún?

Vaya quien quisiere á ver malas tragedias en música, cuyas escenas no paran en mas que en traer al estricote dos ó tres ridiculas coplas donde lucen los gorgeos de una cantarina; saboréese otro en oir á un tiple tararear el papel de César ó Caton, y pasearse en afeminados pasos por las tablas: yo por , muchos años hace que no veo semejantes majaderías de que tanto se ufana hoy la Italia, y que tan caras pagan los soberanos extrangeros.

No llevaremos más que lo estrictamente necesario. ¡Nada de caja de colores ni de caballete de campo sobre todo! Un pintor llamaría la atención en diez leguas á la redonda. Tiene usted razón. El joven entró en su cuarto y un instante después, Roussel, con una satisfacción profunda, le oyó tararear.