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Por nada del mundo hubiera gustado de que silbasen a la Stolz como la habían silbado a ella, a no tener a la mano otro D. Joaquín para consolarla de la silba. Rafaela quiso, pues, que la Stolz triunfase, y se propuso contribuir a su triunfo. Y como Rafaela además era aficionadísima a la música, no se resignó a dejar de oír a tan egregia cantarina.

Fue menester que Rafaela se retirase a su casa a media función, sin contribuir al triunfo de la famosa cantarina y sin presenciarle. Sólo el vizconde, testigo de aquella escena, pudo comprender sus causas y explicar su significado. Don Joaquín no volvió a servirse del bastón, porque Rafaela le dijo que el verle le hacía daño. En efecto; Rafaela era una criatura muy singular.

Vaya quien quisiere á ver malas tragedias en música, cuyas escenas no paran en mas que en traer al estricote dos ó tres ridiculas coplas donde lucen los gorgeos de una cantarina; saboréese otro en oir á un tiple tararear el papel de César ó Caton, y pasearse en afeminados pasos por las tablas: yo por , muchos años hace que no veo semejantes majaderías de que tanto se ufana hoy la Italia, y que tan caras pagan los soberanos extrangeros.

Se alejó el duende mestizo rascándose por debajo de la suelta camisa el grueso botón de su panza achocolatada. Poco después volvió á aparecer, y con su vocecita cantarina y melosa de indio anunció á Watson: Mi patroncita dice que se vaya, y que no quiere verle más, porque es usted... porque es usted muy feo.

El que la crítica ha llamado «El maestro de la rosa» afecta una gran nobleza de actitudes. Cuando habla, siéntese uno conquistado al instante. ¡Tan dulce y cantarina es su voz...! A la entrada del gran jefe todas las discípulas abandonan su tarea y permanecen de pie.