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Pero, eso fue para mi corazón una flecha que lo atravesó de parte a parte, tanto más, cuanto no me atreví a decírselo jamás a mi esposo ni a mi hijo; porque yo había sido colmada, durante mi infancia, de todas las bondades de aquella augusta casa, cuyo nombre habíame mi madre enseñado a venerar desde mi niñez.

Escucha la plegaria del poeta que a cantar se atrevió tu gran Misterio, que antes cantara el arpa del profeta, del ángel el salterio... Mas disculpa, Señora, mi osadía si me atreví a llegar a tu grandeza. ¡Qué madre no perdona una flaqueza...! ¡Perdona, Madre mía! Hijo de españoles, nació en la Habana el 6 de Marzo de 1874.

Y añadió con voz débil: Aunque se limasen un poquito las puntas, ¿sabe usted? no tendría inconveniente en aceptarlo... El asunto, después de todo, no exige precisamente que sea a muerte. No me atreví siquiera a aceptar eso. Como no conocía la opinión de usted, tenía miedo que le disgustase... Nada, nada, pues por no hay inconveniente en que se limen. Ahora ya no puede ser.

Ahí lo tiene usted, en esa mesa; quítele el papel de seda y contemple ese horror... ¿Qué dice usted de eso? Yo creí que esa joven tenía talento, o, a falta de talento, ingenio... Pero nada, no tiene nada... Esto es tan torpe como feo... sin elegancia, sin expresión, sin poesía... Contemplé la miniatura y la verdad es que no se parecía al modelo. Los ojos son hermosos me atreví a decir.

Tuve la palabra en la boca más de una vez para preguntárselo; pero no me atreví, por temor a que me dijese que no, y tomase yo un berrinchín.

Sus labios de carne de víbora, al posarse en mi frente, me dieron tanto asco y tanta risa, que no me atreví a increpar a Tucker por sus infamias.

No me atreví á rehusar, pero muy pronto conocí por sus miradas y palabras que había hecho mal; quise tomar por el puente, me lo impidió descaradamente y después ¡Jesús me valga! no puedo pensar en sus soeces insultos sin estremecerme. ¡Cuánto os debo! Y cuando recuerdo que yo.... ¡Qué asco! ¿Qué es ello? preguntó Roger admirado.

Finalmente, mi amo era tan caviloso que en ninguna manera me atreví a que luego se desembolsase el dinero. El jueves antes del viernes que la hermosa Zoraida se había de ir al jardín, nos dio otros mil escudos y nos avisó de su partida, rogándome que, si me rescatase, supiese luego el jardín de su padre, y que en todo caso buscase ocasión de ir allá y verla.

¿Para quién? Para Ruritania. ¿Hacía yo bien o mal en representar aquel papel? No lo ; ambos caminos eran peligrosos y no me atreví a decirle la verdad. ¿Sólo para Ruritania? le pregunté dulcemente. Súbito rubor coloreó sus primorosas facciones. Y también para tus amigos dijo. ¿Amigos? Y para tu prima murmuró por fin; tu amante prima. No pude hablar. Besé su mano y salí indignado contra mismo.

Si me atreví á pedir á V.M. ese favor, fué por los servicios que ha prestado el chico á nuestra santa causa, uniéndose á esos admirables, aunque indirectos, instrumentos de justicia que esta noche van á salvar la patria. Tu sobrino merece el destino, y punto concluido. Aquí tengo el decreto dijo el Rey mostrando uno de los papeles.