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No pudo proseguir, porque Muñoz, en voz baja, descompuesta por la rabia contenida, le interrumpió: ¡Óyeme! Ella será lo que quieras, pero has de empezar a decir vilezas sobre Adriana, ¿me oyes?... cuando te hayas hecho digno, como un perro... Quiso agregar algún insulto atroz, pero la misma sobreexcitación le impidió proferir otra palabra.

Puestos nuevamente el uno frente al otro, la Natzichet se había corregido, declarando que creyó oír su voz, pero sin duda en su sobreexcitación se había engañado.

Dejando instalados a sus extraños huéspedes, todos como en cuerpo y alma, bajó Pablo a la bodega, y volvió al rato con copas de cristal y botellas cubiertas de polvo y telaraña. Estaba pálido y tembloroso, pues en el estado de sobreexcitación en que se hallaba, habíale asustado como espectros un par de lauchas que corrieran en la obscuridad de la bodega.

Durante unos instantes estuvo su vida en peligro. Uno o dos hombres se levantaron en el acto, varias manos buscaron armas ocultas, y sólo la intervención del juez pudo dominar la propuesta de «echar a aquel insolente por el balcón». El reo se reía, y su socio, al parecer ignorante de la sobreexcitación que causaba, aprovechó la oportunidad para enjugarse otra vez la cara con el pañuelo de bolsillo.

Aquella noche, entre las ocho y las nueve, Eppie y Silas estaban sentados solos en su choza. Después de la gran sobreexcitación causada al tejedor por los sucesos de la tarde, había deseado vivamente aquella tranquilidad y hasta les había rogado a la señora Winthrop y a Aarón, que se habían quedado allí, naturalmente, cuando todos se marcharon, que lo dejaran solo con su hija.

Hay en ella un terrible empobrecimiento de la sangre: está con el pulso de un pollo: hay además una sobreexcitación nerviosa que se acentúa periódicamente, y una honda perturbación gástrica.... Si valiese mi parecer, aprovecharían ustedes el otoño para tomar unas aguas.... ¿Panticosa, Panticosa?

Pero se contuvo á tiempo, y siguió aquel papel de enamorado que no le era difícil representar, porque además de ser hermosa Dorotea, estaba embellecida por una sobreexcitación profunda, dominada por el no qué misterioso que emanaba para ella de Juan Montiño. Podía decirse que Dorotea estaba enamorada, sorprendida en eso que se llama cuarto de hora de la mujer, por el joven, dominada por él.

Aquella sobreexcitación no se había disipado todavía. No había hecho más que alcanzar ese grado en que la sensibilidad se vuelve tan delicada que hace intolerable todo estimulante exterior; ese grado en que no se siente fatiga sino más bien una intensidad de vida interior, bajo el imperio de la cual es imposible conciliar el sueño.

Fue en ese estado de sobreexcitación nerviosa, presa, ya de espantos repentinos, ya de un abatimiento irresistible, cómo me encontró Roberto cuando entró en el cuarto, a eso de media noche. Quiso recostarse un poco en su cama, para velar después el resto de la noche conmigo; pero los gritos de Marta lo habían arrancado bruscamente al descanso.

¿Por qué causa los privados de razón resisten las temperaturas más rigurosas, mientras que las personas con juicio en el mismo caso sucumben? ¿Se debe a una concentración más poderosa de la vida, a una circulación más rápida de la sangre, a un estado continuo de fiebre? ¿Es efecto de la sobreexcitación de los sentidos, o tiene quizás un origen que se desconoce?