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Algo he oído de eso en la redacción. ¿Y los «hombres»? ¿Qué dicen los «hombres» de estas cosas?

Tenía, además, otra particularidad: recibía toda su correspondencia en la redacción; no se pudo averiguar dónde vivía; se llegó a sospechar que tenía en una buhardilla una mala cama, un gran lavabo con muchos frascos, tintes, pomadas o cosméticos, y una percha cargada de ropa; pero nadie logró poner en claro la verdad.

Esta mañana no pude venir, gentleman, porque asistí á una reunión de autores de la Gran Historia de las Mujeres Célebres. Necesitaba dar cuenta del estado actual del tomo cincuenta y cuatro, de cuya redacción estoy encargado. Falta poco para que lo termine, pero con la llegada de usted tuve que suspender tan importante trabajo.

No pocas idas y venidas costó la aparición de La Independencia, «diario liberal de la mañanaNuestro amigo Mendoza por poco pierde la razón a puro correr por las calles. Desde la imprenta al almacén de papel, de aquí a la redacción, de la redacción a casa de Ríos, y así todo el día y parte de la noche.

La redacción se constituyó en el mismo local del Ateneo, que era el cuarto de estudio de uno de nuestros compañeros; una habitación aguardillada, donde los sábados se aplanchaba la ropa de la casa, no pudiendo por lo mismo reunirnos en este día. Discutiose ampliamente el reglamento y se nombró administrador y redactor en jefe.

Cané, con esa redacción a la diable como él mismo la califica se deja arrastrar de su predilección: acaba de decirnos que sólo se ocupa de las personalidades «que ha tenido la suerte de tratar», y sin embargo, su entusiasmo lo lleva a dedicar gran parte del capítulo a Gutiérrez González, poeta notabilísimo, es cierto, pero que murió en Medellín, el 6 de julio de 1872...

Los compañeros le recibieron con irónicas ovaciones. ¡Homero! ¡Ya está aquí el gran Homero!... ¡Salud al ilustre «tabarrista»! Y le preguntaron si traía como fruto de su soledad algún artículo de los que sembraban el pánico en los suscritores. Algunos de la redacción le habían visto paseando con Feli por el Retiro.

Después solía pasar al gabinete con Mendoza, quien le seguía, embargado por el susto y el respeto. Al poco rato se oía la voz cascada del general dictando alguna orden o «echándole una chilleríacomo se decía en la redacción. ¡Caramba, Mendoza, no me llamen VV. tantas veces ilustre a Serrano! Ya me tienen VV. de ilustración hasta el cogote.

La doncella se dignó pasear una mirada arrogante por toda la redacción; pero la detuvo llena de horror y de cólera al llegar al hijo de los dueños de la casa. ¡Cómo!... ¡Mi señorito sangrando por las narices!... ¡Tunantes!... ¡Granujas!... ¡Fuera de aquí todo el mundo!... ¡Pillería como esta no la quiero yo en casa!... ¡Fuera!... ¡Fuera!...

Homero... ¿un cigarrito?... Homero era Maltrana. Cada mes le colgaban un nuevo apodo los muchachos de la redacción, abominando de su cultura, que «les cargaba», y afirmando que, con toda su sabiduría, era incapaz de escribir la crónica de un suceso o pergeñar un crimen interesante.