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Contaba con pedir al señor Laubepin algún dinero á cuenta, sobre los tres ó cuatro mil francos que deben quedarnos después del pago íntegro de nuestras deudas, pues por más que me haga el anacoreta desde mi llegada á París, la suma insignificante que había podido reservar para viaje, está agotada completamente, y tan agotada que después de haber hecho esta mañana un verdadero almuerzo de pastor, castanoe molles et pressi copia lactis, he tenido que recurrir para comer, á una especie de pillería, cuyo melancólico recuerdo quiero consignar aquí.

Habituado fuera de casa a los tremendos cabezazos de los becerros, al cruel pateo de las vacas, a los palos de pastores y matarifes, que trataban sin compasión a la pillería tauromáquica, los golpes de la madre parecíanle un hecho natural, una continuación de la vida exterior, que se prolongaba dentro de su casa, y los aceptaba sin propósito de enmienda, como un escote que había de pagar a cambio del sustento, rumiando el pan duro con famélico regodeo, mientras las maldiciones maternales y los puñetazos llovían en sus espaldas.

No era menos curiosa la indumentaria de esta pillería que sus figuras.

Mientras uno bogaba moviendo unos remos cortos como palas, otro, acurrucado en la popa por el frío de las continuas inmersiones, rugía a todo pulmón: «¡Caballero, eche dos marcos, y los alcanzo!». «¡Caballero, cinco marcos, y paso por debajo del buque!» «¡Caballero... caballeroEra un griterío que emergía incesantemente a ras del agua; una continua apelación al «caballero» para que pusiese a prueba la agilidad natatoria de la pillería del puerto.

Buscaba la tertulia de las personas serias, era amigo del alcalde y hablaba de la necesidad de que todas las personas pudientes estuviesen unidas para meter en un puño a la pillería. Ya le pica la ambición decía el viejo alegremente a su nuera. Déjale, mujer; él se abrirá paso... Así le quiero ver. Comenzó por entrar en el ayuntamiento y pronto adquirió notoriedad.

La extraviada imaginación de Mariano veía a este personaje cual si fuese un resumen de todas las altas categorías y la cifra del encumbramiento personal. «¡Cuánta pillería!», exclamó para .

Cualquiera discute con él... ¡Qué profundo!... Cuando su madre no le obligaba por las noches a visitar la casa de algún pudiente, al que convenía tener contento, leía; no ya como en Valencia los libros que le prestaba el canónigo, sino obras que compraba siguiendo las indicaciones de los periódicos; volúmenes que respetaba su madre con la santa veneración que la inspiraba el papel cosido y encuadernado, sólo comparable al desprecio que sentía por los periódicos, dedicados casi todos ellos a insultar las cosas santas y favorecer los instintos de la pillería.

¡Bien por los guardias! ¡Duro en ellos! ¡Rajarme esa canalla! ¡A ver si escarmienta de una vez esa pillería! Tales eran los gritos belicosos que salían de su garganta. Sin embargo, cuando menos podía esperarse, dado que los enemigos huían en completo desorden, vino a estrellarse contra el botón de su nariz un cuerpo duro de superficie lisa y compacta que resultó ser un trozo de cal hidráulica.

La doncella se dignó pasear una mirada arrogante por toda la redacción; pero la detuvo llena de horror y de cólera al llegar al hijo de los dueños de la casa. ¡Cómo!... ¡Mi señorito sangrando por las narices!... ¡Tunantes!... ¡Granujas!... ¡Fuera de aquí todo el mundo!... ¡Pillería como esta no la quiero yo en casa!... ¡Fuera!... ¡Fuera!...

Alzaba del suelo poco más de tres cuartas, y su edad apenas pasaba de los siete años. Tenía la piel curtida del sol y del aire, y una carilla avejentada que más bien le hacía parecer enano que niño. Sus ojos eran negros y vividores, con grandes pestañas como alambres y resplandor de pillería.