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En un extremo de la muralla se erguía un torreón envuelto en aquel instante en una densa humareda. Al salir de Yécora, un hombre famélico y destrozado les salió al encuentro y habló con ellos. Les contó que los carlistas iban a abandonar Laguardia un día u otro. Le preguntó Martín si era posible entrar en la ciudad.

Saliendo de entre las sábanas equívocas de su camastro, al fulgor luminoso del candilón, moribundo, famélico y derrotado, era más bien la alegoría espeluznante de la bohemia matritense.

Eran los hidalgos de la innumerable volatería, los conquistadores, los capitanes, la prez de los aires. El pico famélico, la uña feroz, el ala épica y rauda, lanzábanse sobre cualquier pajarote, por temible que fuese, y parecían complacerse en las heridas monstruosas que recibían a menudo en las alturas.

Eran mozos que le saludaban llamándole «maestro» o «señó Juan», muchos con aire famélico, preparando con tortuosas razones la petición de unas pesetas, pero bien vestidos, limpios, flamantes, adoptando actitudes gallardas, como si estuviesen ahitos de los placeres de la existencia, y luciendo una escandalosa latonería de sortijas y cadenas falsas.

Casi en el centro del gabinete, una mesa, una gran mesa con su cubierta de paño verde, que caía hasta cerca del suelo, dejando ver los pies del mueble, unas garras de león o de grifo que hincaban en sendas esferillas las pujantes uñas, como en mísera presa famélico milano. Cargada de legajos y mamotretos, aquella mesa característica no tenía espacio libre en su ancha superficie.

Habituado fuera de casa a los tremendos cabezazos de los becerros, al cruel pateo de las vacas, a los palos de pastores y matarifes, que trataban sin compasión a la pillería tauromáquica, los golpes de la madre parecíanle un hecho natural, una continuación de la vida exterior, que se prolongaba dentro de su casa, y los aceptaba sin propósito de enmienda, como un escote que había de pagar a cambio del sustento, rumiando el pan duro con famélico regodeo, mientras las maldiciones maternales y los puñetazos llovían en sus espaldas.

Y las gentes felices temblarían de pavor ante las caras amenazantes, las vestiduras miserables, las miradas de famélico estrabismo, los anhelos locos y criminales de destrucción. ¿Dónde se habían ocultado hasta entonces aquellos monstruos? ¿De qué antro surgían?... Y bien, gentes dichosas, habéis vivido con ellos sin saberlo.

Miró estas cosas Ido con estupor famélico, no bien disimulado por la cortesía, y le entró una risa nerviosa, señal de hallarse próximo a la plenitud de aquel estado que llamaba eléctrico. La Delfina se volvió a sentar junto a su marido y miraba entre espantada y compasiva al desgraciado D. José.

Seduce a muchos portugueses con promesas y compra a otros con dinero para impedir la guerra y la efusión de sangre, y sin embargo, no logra anular al Prior de Crato ni apoderarse de él, ni evitar que se rebele, y necesita sofocar la rebelión con dura mano y tremendo castigo, sin que lleguen a evitarse los abominables desafueros de un ejército invasor casi siempre mal pagado y famélico en España y en aquel siglo, aunque le mandasen caudillos de tanta autoridad y energía como el duque de Alba y Sancho de Avila.

La conversación del círculo, que empezaba casi siempre con el tema de la guerra, pasaba insensiblemente al de los empleos. Leopoldo Montes, cesante eterno, Relimpio, y otros que tenían entre los dientes alguna piltrafa del presupuesto, se arrojaban con deleite famélico sobre aquel tema picante. «Usted, ¿cuánto tiene?».