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En un pueblo de Castilla llamado Animalejos, erigieron los labradores una ermita á San Isidro, á poco tiempo de ser canonizado el santo labrador matritense, y aquel santuario fué adquiriendo gran fama en toda la comarca, por los favores que otorgaba el Santo á los que los pedían con verdadera fe.

Y para mayor admiración debe ponderarse, que los años anteriores a éste se habían celebrado en esta ciudad dos Autos Generales, el uno a 2 de Abril de 1645, y el otro más vecino a 13 de Enero de 1675, sacando en el primero quince penitentes por varios crímenes, con cuatro más, relajados en estátua; y en el postrero veinte y cuatro reos, con otros seis en estátua, uno relajado en persona, quemado vivo por obstinado y pertinaz; sin embargo, ni en uno ni en otro Auto salió más que un judío, y este forastero, matritense, que fue el que murió en las llamas; siendo así que de los doscientos y doce que se reconciliaron el año 1679, los más, si no todos, como después confesaron ellos propios, eran ya muy de atrás judaizantes.

Era, además, el foro de la legislación constituyente de aquella época, y la cátedra en que la juventud más brillante de España ejercía con elocuencia la enseñanza del nuevo derecho. A pesar de todos estos honores, la villa y corte tenía un aspecto muy desagradable. Mari-Blanca continuaba en la Puerta del Sol como la más concreta expresión artística de la cultura matritense.

Santa Cruz y Arnaiz. Vistazo histórico sobre el comercio matritense i Don Baldomero Santa Cruz era hijo de otro D. Baldomero Santa Cruz que en el siglo pasado tuvo ya tienda de paños del Reino en la calle de la Sal, en el mismo local que después ocupó D. Mauro Requejo.

Otros eran de intachables costumbres dentro y fuera de su casa... Retirose Rosalía a la suya, con la cabeza llena de todo aquel personal matritense, y les veía pasar por la región más encendida de su cerebro, yendo y viniendo como en el Prado. Ahora los pobres, luego los ricos, después los honrados... y vuelta a empezar.

Saliendo de entre las sábanas equívocas de su camastro, al fulgor luminoso del candilón, moribundo, famélico y derrotado, era más bien la alegoría espeluznante de la bohemia matritense.