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El clamor era cada vez más alto; la agitación se convertía en tumulto. Los gritos penetrantes de los pregoneros apenas se oían entre aquel rumor tempestuoso. Mi compañero había guardado silencio. Yo, absorto completamente por la escena terrible que se preparaba, tampoco despegué los labios.

Algunos chicos, pregoneros de periódicos, chillaban ya desaforadamente: «La Salve que cantan los presos al reo que está en capilla». Desde que tengo uso de razón he sabido que existe la pena de muerte en nuestro país; y no obstante, siempre la he mirado del mismo modo que los autos de fe y el tormento; como una cosa que pertenece a la historia.

Con una de ellas hablaba de vez en cuando en voz baja la hija de los señores de Calderón, niña de catorce o quince años, carirredonda, de ojos pequeños, nariz arremolachada y algunos costurones en el cuello, pregoneros de un temperamento escrofuloso.

Además de los notoriamente inútiles, como cojos, mancos, ciegos, etc., eran exceptuados los que tenían su mujer encinta o ejercían cargos públicos, así como a los ordenados de Epístola; pero no había excepción por razón de cosecha o labores del campo. Los únicos rechazados de las filas, sin tener aquellos reparos, eran los negros, mulatos, carniceros, verdugos y pregoneros.

Escuchábanse los gritos desafinados de los pregoneros, ofreciendo agua de limón, sangría de vino tinto y avellanas tostadas, y los sonidos agudos y gangosos de la gaita, siempre acompañada del tambor.

La muchedumbre levantaba incesante y áspero rumor, sobre el cual se alzaban los gritos de los pregoneros anunciando «la salve que cantan los presos a los reos que están en capilla», y «el extraordinario de La CorrespondenciaUna fila de carruajes marchaba lentamente hacia la Red de San Luis. Los cocheros, arrebujados en sus capotes raídos, se balanceaban perezosamente sobre los pescantes.

Algunos chicos, pregoneros de periódicos, chillaban ya desaforadamente: «La Salve que cantan los presos al reo que está en capilla». Desde que tengo uso de razón he sabido que existe la pena de muerte en nuestro país; y no obstante siempre la he mirado del mismo modo que los autos de fe y el tormento; como una cosa que pertenece a la historia.

Como una pulgada nada más había de tierra floja. Los reyes son caprichosos, y este reyecito quería salirse con su gusto. Mandó pregoneros que fueran clavando por todos los pueblos y caminos de su reino el cartel sellado con las armas reales, donde ofrecía casar a su hija con el que cortara el árbol y abriese el pozo, y darle además la mitad de sus tierras.

Serian ya las nueve de la noche cuando la justicia Real tenia prevenido el verdugo, alguaciles, ministros, pregoneros y cabalgaduras en que subieron á los relajados y los llevaron fuera de la ciudad á un sitio diputado para quemadero que llaman el Marrubial, campo raso en que está un rollo de piedra mármol, junto del cual habia puestos cinco maderos y en el uno puesta una argolla, y prevenida mucha cantidad de leña.

Y mandó por los pueblos unos pregoneros con trompetas muy largas, y detrás unos clérigos vestidos de blanco que iban diciendo así: «¡Cuando no hay libertad en la tierra, todo el mundo debe salir a buscarla a caballo!» Y por todo eso querían mucho los chinos a aquel emperador galán, aunque cuentan que eran muchas las golondrinas que dejaba sin nido, porque le gustaba mucho la sopa de nidos; y que una vez que otra se ponía a conversar con un frasco de vino de arroz: y lo encontraban tendido en la estera, con la barba revuelta en el suelo, y el vestido lleno de manchas.