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Sobre el matrimonio, particularmente, sus ideas eran bien definidas; Huberto las conocía, y aprobaba la línea de conducta que desde muy antes ella le había trazado. La señora Martholl exigía que su nuera tuviera por lo menos seis mil pesos de renta. Era también necesario que perteneciera a una familia conocida, noble, tanto como fuera posible, en todo caso, de una honorabilidad perfecta.

Hallábame en una cama, de cuyo durísimo colchón daban fe las mortificaciones de mis huesos y la instintiva tendencia de mi cuerpo a arrojarse fuera de ella, mientras uno de mis brazos, fuertemente vendado, se negaba a prestarme apoyo, tan inmóvil y rígido como si no me perteneciera.

El año 1832 un joven valeroso, de nación francés y llamado Julio de Blosseville, quiso que la gloria de ese paso perteneciera á la Francia, y, al efecto, puso á disposición de la empresa su vida y sus caudales, pereciendo en la demanda. Su primera dificultad fué obtener un buque á gusto suyo: diósele el Lilloise, que empezó á hacer agua el mismo día de su partida.

Así como Bermúdez amaba la antigüedad por misma, el polvo por el polvo, Bedoya era más subjetivo como él decía, necesitaba que le perteneciera el objeto amado. «¡Si él pudiera hablar! Tamañitos se quedarían Bermúdez y el Magistral y tutti quanti». Pero no podía hablar.

EUMORFO. Refrena tu furor, generoso magnate. Yo ignoraba que Asclepigenia te perteneciera. CREMATURGO. Sea como sea, lo cierto es que Asclepigenia nos ha burlado a los tres galanes. El acaso, ¿qué digo el acaso? la diosa Minerva nos ha reunido aquí para desengañarnos. Vamos a ver a Asclepigenia y a decirle lo que merece. Ella me aguarda solo. Venid en mi compañía. EUMORFO. Vamos. PROCLO. Vamos.

Era la más pequeña y estaba casi siempre vacía, y crecían en ella bosquetes de juncos y cantaban las ranas. Los frailes, a quienes la mansión perteneciera en la antigüedad, habían hecho construir para su recreo sobre esta isleta un gran cenador formado de columnas de granito a modo de templete griego. Estaban las columnas en pie, pero el techo había desaparecido.

A la salida recibí numerosas felicitaciones de todos los amigos y de muchos desconocidos. Luciana estaba radiante y se unía a , muy orgullosa, como si ya le perteneciera mi éxito, y esa cándida vanidad me complacía, a pesar del veneno de la víbora anónima que sentía correr por mis venas. Acaso no disimulé bien, pues me pareció inquieta en el momento de separarnos.

Porque las Escribanas y las de Codillo, y Rufita González, pero principalmente las Escribanas, eran las que lo cernían en tertulias y en paseos, y las que escupían de medio lado y se tapaban las narices en mitad de la calle en cuanto oían nombrar a los Bermúdez o cosa que les perteneciera; lo que no impedía que cuando los tenían delante se despepitaran buscándoles el saludo.

Pero, cuando, a la mañana siguiente, me di exacta cuenta de que Marta había realmente vivido todo lo que yo no hacía más que soñar, eso me turbó por completo, y desde un rincón obscuro, la examiné sin interrupción, con mirada temerosa y escrutadora, como a un ser que perteneciera a otro mundo.

Yo no podía admitir que perteneciera a otro, aun cuando no fuera más que con el pensamiento. Yo, que la había traicionado, no podía admitir el ser traicionado a mi vez. Mi soberbia era ilimitada, no toleraba que alguien valiese más que yo.