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Jugaban entre ellos, considerándose á cubierto de una mala vecindad en la mesa, de roces con personas sospechosas que resultaban frecuentes en los salones públicos. Para entrar aquí era preciso ofrecer garantías; padrinos que respondiesen de la honorabilidad del presentado. El príncipe conocía bien á esta concurrencia brillante.

Seducido desde un principio por su gracia, se informó de la posición de su padre, y habiendo sabido que María Teresa respondía absolutamente, en cuanto a fortuna y a honorabilidad, al programa que le había sido impuesto por su madre, se apresuró a su regreso a hablarle de ella con entusiasmo; la señora Martholl se interesó de su noviazgo y casi conquistada, se sometió de buena gana a dar los pasos oficiales acerca del señor Aubry de Chanzelles.

¡Cómo saben educarla para el fin que la necesitan, con qué egoísmo judaico explotan los tesoros de su cariño inagotable, cómo la sugestionan y la envilecen, haciéndole perder, o ya el miedo para acompañarlos en sus empresas tortuosas sino la noción elemental del bien y del mal, llegando ellas, en su obsesión por el hombre que las martiriza y las deprime, hasta a creerlo un dechado de virtudes, un ejemplo de honorabilidad, una víctima desgraciada de las injusticias sociales!

Sierra-Morena está mas tranquila que una iglesia cerrada, y los que ejercian su industria allí han sido desbancados por Ministros de Estado, jugadores de Bolsa, contrabandistas aristocráticos, canónigos vendedores de bulas, diputados y otros personajes ilustres y de intachable honorabilidad, que persiguen con rigor y energía el vicio, la vagancia, el delito...y el dinero.

Sobre el matrimonio, particularmente, sus ideas eran bien definidas; Huberto las conocía, y aprobaba la línea de conducta que desde muy antes ella le había trazado. La señora Martholl exigía que su nuera tuviera por lo menos seis mil pesos de renta. Era también necesario que perteneciera a una familia conocida, noble, tanto como fuera posible, en todo caso, de una honorabilidad perfecta.

A él le había pasado vagamente por la cabeza algo semejante; mas no supo formularlo. ¡Qué insigne hombre era Nicolás! ¡Ocurrirle aquello!... Tamizada por la religión, Fortunata volvería a la sociedad limpia de polvo y paja, y entonces ¿quién osaría dudar de su honorabilidad?

Y el depósito se realizaba sin que mediase una tira de papel; pues la honorabilidad del mercader, hombre que diariamente cumplía con el precepto, que comulgaba en las grandes festividades y que era mayordomo de una archicofradía, se habría ofendido si alguno le hubiese exigido recibo u otro comprobante. ¡Qué tiempos tan patriarcales! Haga usted hoy lo propio, y verá dónde le llega el agua.

Aun cuando una persona de Raveloe hubiera sido capaz de relacionar los dos hechos antedichos, dudo que una combinación tan injuriosa para la honorabilidad hereditaria que tenía un monumento mural en la iglesia y copas de plata tan venerables, no hubiera permanecido secreta a causa de su tendencia malsana.