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Le trataba como un buen amigo, guardándole todas las atenciones que se deben a la persona que se estima. Pero en cuanto el ingeniero quería pasar adelante, pedía un poco de amor, un rayo de esperanza, siquiera para el día de mañana, encontraba la misma negativa, suave, firme y constante.

De repente se me ocurrió esta idea: «¿Si fueras Marta, qué harías en este momento?» Y un pavor tal se apoderó de , que la sangre me subió hirviente a la cara. ¿Eres miedosa, chiquilla? me preguntó. Yo sacudí la cabeza. Entonces, ven. Ya estoy a tu lado. Ponte allí, delante de . Hice lo que me pedía: mis pies tocaban casi el borde de la piedra.

Consintió Camila en ello, y, con la presteza que el caso pedía, la llevó Lotario y la dejó en el monesterio, y él, ansimesmo, se ausentó luego de la ciudad, sin dar parte a nadie de su ausencia. »Cuando amaneció, sin echar de ver Anselmo que Camila faltaba de su lado, con el deseo que tenía de saber lo que Leonela quería decirle, se levantó y fue adonde la había dejado encerrada.

Pusiéronse a bailar a la sombra en la calle de Toledo, y de los que las venían siguiendo se hizo luego un gran corro; y en tanto que bailaban, la vieja pedía limosna a los circunstantes, y llovían en ella ochavos y cuartos como piedras a tablado; que también la hermosura tiene fuerza de despertar la caridad dormida.

Era él, el miserable, que la triste una vez sola vió en su vida, al resplandor de la llama pavorosa de su aduar incendiado, rugiendo bravas las olas, zumbando irritado el viento, miéntras la voz angustiosa de sus parientes pedia, en vano, misericordia.

Por piloto mayor de Magallanes Al Estrecho venido aqueste habia; No harto de pasar penas y afanes, La conquista á D. Carlos le pedia. Entró el rio arriba con desmanes, Hasta que ya el postrero le venia, En que su alma del cuerpo se desata, Poniendo al Paraná nombre de Plata. No fué sin causa, creo, de secreto, Y señal de misterio y buen agüero.

La cólera le hacía olvidar todo lo que sabía de español, y lanzaba blasfemias en italiano, aludiendo á la Virgen y á la mayor parte de los habitantes del cielo. Además, pedía á los que intentaban separarlos que le dejasen comerse tranquilamente los hígados de su rival.

Y luego se casó, y quería mucho a su mujer y a su hijo; pero una tarde que salió en su carro de perlas y plata a pasear, vio a un viejo pobre, vestido de harapos, y volvió del paseo triste: y otra tarde vio a un moribundo, y no quiso pasear más: y otra tarde vio a un muerto, y su tristeza fue ya mucha: y otra vio a un monje que pedía limosnas, y el corazón le dijo que no debía andar en carro de plata y de perlas, sino pensar en la vida, que tenía tantas penas, y vivir solo, donde se pudiera pensar, y pedir limosna para los infelices, como el monje.

Con todo, llevaba mi hombre su mal resignadamente, y lo que pedía por Dios era que le sacaran del lecho; pues era para él grandísimo suplicio estar tendido boca arriba, revuelto entre las sábanas ardientes.

Le suplicaba que se cuidase, se lo pedía con voz de madre cariñosa que ruega al hijo de sus entrañas que tome una medicina.