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Mira, Roberto dije, en resumidas cuentas, no soy más que una tontuela; pero muy bien lo que es el amor, y no son sólo los poetas los que me lo han enseñado. Hace tiempo que lo siento en el fondo de mi corazón. ¿Amas a alguien? me preguntó. Yo me ruboricé y sacudí la cabeza. ¿Cómo puedes entonces sentirlo en el fondo de tu corazón?

Retirose el lacayo cuando nos vio en tren de marchar, y fue a subir a la trasera; sacudí mi fusta sobre el animal, con mucho tiento por no acabarle de derrengar: mas, ¿cuál fue mi admiración, cuando siento bajar el asiento y veo alzarse las varas levantando casi del suelo al infeliz animal, que parecía un espíritu desprendiéndose de la tierra? ¿Y qué dirán ustedes que era? que el birlocho venía sin barriguera, y lo mismo fue poner el lacayo la planta sobre la zaga, que, a manera de balanza, vino a tierra el mayor peso, y subió al cielo la ligera resistencia del que tantum pellis et ossa fuit.

12 Y dijeron: Devolveremos, y nada les demandaremos; haremos así como dices. 13 Además sacudí mi vestido, y dije: Así sacuda Dios de su casa y de su hacienda a todo varón que no cumpliere esto, y así sea sacudido y vacío. Y respondió toda la congregación: ¡Amén! Y alabaron al SE

Y, al decir esto, se dejó caer pesadamente en una silla, apoyó la barba en su mano y fijó la mirada en el salero. ¡Pero no comes! dijo al cabo de un instante. Sacudí la cabeza: no habría sido capaz de comer un bocado, aun cuando el hambre me desgarrara las entrañas. Su presencia me paralizaba por completo. Siguió un nuevo silencio. ¿Cómo la encuentras ? preguntó él al fin.

De repente se me ocurrió esta idea: «¿Si fueras Marta, qué harías en este momento?» Y un pavor tal se apoderó de , que la sangre me subió hirviente a la cara. ¿Eres miedosa, chiquilla? me preguntó. Yo sacudí la cabeza. Entonces, ven. Ya estoy a tu lado. Ponte allí, delante de . Hice lo que me pedía: mis pies tocaban casi el borde de la piedra.

Sacudí la cabeza y le indiqué a mi hermana, que, precisamente entonces, blandía las manos en torno suyo como si hubiera querido, en su delirio, alejarme de su marido. Tienes razón continuó. ¿Sería posible tener suficiente tranquilidad para dormir con semejante espectáculo ante los ojos?

Sacudí la cabeza. «Te considera todavía muy tontapensé, volviendo a recobrar el aliento, pues sentía desaparecer de mi alma los terrores que me había causado mi peligrosa empresa. Se apartó de para encender la luz. Yo busqué con la mano el sofá y me dejé caer en una de sus esquinas. Las velas esparcieron un vivo fulgor que me deslumbró. Me volví hacia la pared y oculté mi cara.

Allí me esperaba la dueña de la casa en su ataúd clavado y entre cuatro cirios. Cerca de ella había una religiosa pasando las cuentas de un rosario. La religiosa me entregó una rama de boj mojada en agua bendita, y yo sacudí gravemente unas cuantas gotas, en señal de bienvenida, sobre el ataúd forrado de lana blanca.

Luego sacudí estos cobardes pensamientos: un violento esfuerzo me desprendió, anudéme al cuello el pequeño pañuelo hecho pedazos y gané suavemente la ribera. Al abordar, la señorita Margarita me tendió su mano temblorosa: esto me pareció recompensarme. ¡Qué locura! dijo. ¡Qué locura! Podía usted haber muerto allí ¡y por un perro! Era el suyo le respondí á media voz como ella me había hablado.

Bebí un gran vaso de un vino rubio, claro, que cayó gorgoteando dentro de mi estómago vacío. «De esta manera no voy a llegar nunca al grado de ternura que quiero», me dije, buscando inútilmente el Jerez con los ojos. Entonces me sacudí: Come, pues, alguna cosa le dije. Y me sentí en la gloria por haber pronunciado esa frase. Ella se inclinó y se introdujo la cuchara en la boca...