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Doña Paulita, que ya tenía la palabra en la nariz para reprender á Clara, se conmovió al verla ulcerar, y la tranquilizó diciéndole: La Magdalena pecó y fué perdonada. Lo que ahora le falta á usted es un sincero arrepentimiento. ¿Pero de qué me he de arrepentir? dijo Clara sollozando. ¡Jesús! ¡qué tono tan del día y tan ... liberal! exclamó Salomé, creyendo decir una gracia.

39 oirás desde los cielos, desde la morada de su habitación, su oración y su ruego, y harás su juicio, y perdonarás a tu pueblo que pecó contra ti. 40 Ahora, pues, oh Dios mío, te ruego estén abiertos tus ojos, y atentos tus oídos a la oración en este lugar.

Este, cuando estuvo cerca de la reina, se arrodilló. ¿Qué hacéis, padre mío? dijo dulcemente Margarita . ¡Un sacerdote, tal como vos, arrodillarse ante una pecadora tal como yo! ¡Oh! si todos pecasen en este mundo como vuestra majestad... dijo el padre Aliaga levantándose. Pues mirad, padre, lo que peco me espanta. Tengo muy poca paciencia... Vuestra majestad es una mártir.

No negaré que en estas cosas, como buen español, peco de impaciente; pero, ¿y si Betánzos tuviera que aguardarse por los siglos?, que bien pudiera suceder.

»Sólo el singular ingenio de nuestro D. Pedro pudo conseguir hacer caminos nuevos sin pisar los pasos antiguos; los miró, no para seguirlos, sino para adelantarlos; voló sobre todos. Puedo decir de esta insigne pluma lo que dijo el eruditísimo Macedo, de Tasso, que sólo pecó en no pecar. O lo que dice de su idolatrado Camoëns, que aun contentó con los pecados veniales.

Harto que no es así, que no es ésta la verdadera doctrina; que el amor divino es la caridad, y que amar a Dios es amarlo todo, porque todo está en Dios y Dios está en todo por inefable y alta manera. Harto que no peco amando las cosas por el amor de Dios, lo cual es amarlas por ellas con rectitud; porque ¿qué son ellas más que la manifestación, la obra del amor de Dios?

Miraban y comían con el embarazo propio de quien sabe es observado. Varias veces que la hermana menor alzó los ojos, encontró frente á frente los míos, que procuraban investigar lo que se albergaba tras aquellas negrísimas pupilas. El fondo de todo abismo es negro. Los ojos de la primera mujer que pecó no de qué color serían, pero los de la primera que obligó á pecar, de seguro eran negros.

Parecía que los dedos eran bocas, y que estas bocas tenían hambre atrasada por las muchas notas que se comían. En ciertas escalas difíciles algunas notas se anticipaban a sus predecesoras y otras se quedaban rezagadas; pero cuando llegaba un efecto fácil, la pianista decía «aquí que no peco», y se indemnizaba de las pifias que cometiera antes.

Una idea infame... la idea de pecar otra vez... dijo Guillermina, balbuciente . ¿Es eso?... Eso es... pero verá la señora. Yo quiero echarla de ; pero a veces se me ocurre que no debo echarla, que no peco... ¡Jesús!

Estando en esto, entró el Corregidor, y hallando a su mujer y a Preciosa llorosas y encadenadas, quedó suspenso, así de su llanto como de la hermosura; preguntó la causa de aquel sentimiento, y la respuesta que dió Preciosa fué soltar las manos de la Corregidora y asirse de los pies del Corregidor, diciéndole: ¡Señor, misericordia, misericordia! ¡Si mi esposo muere, yo soy muerta! ¡El no tiene culpa; pero si la tiene, déseme a la pena; y si esto no puede ser, a lo menos, entreténgase el pleito en tanto que se procuran y buscan los medios posibles para su remedio; que podrá ser que al que no pecó de malicia le enviase el cielo la salud de gracia.