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Llevaron a Preciosa con su abuela a que la Corregidora la viese, y así como la vió dijo: Con razón la alaban de hermosa. Y llegándola a , la abrazó tiernamente, y no se hartaba de mirarla, y preguntó a su abuela que qué edad tendría aquella niña. Quince años respondió la gitana , dos meses más a menos.

Estando en esto, entró el Corregidor, y hallando a su mujer y a Preciosa llorosas y encadenadas, quedó suspenso, así de su llanto como de la hermosura; preguntó la causa de aquel sentimiento, y la respuesta que dió Preciosa fué soltar las manos de la Corregidora y asirse de los pies del Corregidor, diciéndole: ¡Señor, misericordia, misericordia! ¡Si mi esposo muere, yo soy muerta! ¡El no tiene culpa; pero si la tiene, déseme a la pena; y si esto no puede ser, a lo menos, entreténgase el pleito en tanto que se procuran y buscan los medios posibles para su remedio; que podrá ser que al que no pecó de malicia le enviase el cielo la salud de gracia.

El pecho, los dedos, los brincos, el día señalado del hurto, la confesión de la gitana, y el sobresalto y alegría que habían recebido sus padres cuando la vieron, con toda verdad confirmaron en el alma de la Corregidora ser Preciosa su hija; y así, cogiéndola en sus brazos, se volvió con ella adonde el Corregidor y la gitana estaban.

Y descubriendo un cofrecico donde venían las de Preciosa, se le puso en las manos al Corregidor, y en abriéndole, vio aquellos dijes pueriles; pero no cayó lo que podían significar. Mirólos también la Corregidora, pero tampoco dió en la cuenta: sólo dijo: Estos son adornos de alguna pequeña criatura.

Desparecíla día de la Ascensión del Señor, a las ocho de la mañana, del año de mil y quinientos y noventa y cinco. Traía la niña puestos estos brincos que en este cofre están guardados." Apenas hubo oído la Corregidora las razones del papel, cuando reconoció los brincos, se los puso a la boca y dándoles infinitos besos, se cayó desmayada.

Esos tuviera agora la desdichada de mi Costanza. ¡Ay, amigas, que esta niña me ha renovado mi desventura! dijo la Corregidora.

Tomó, en esto, Preciosa las manos de la Corregidora, y besándoselas muchas veces, se las bañaba con lágrimas y le decía: Señora mía, el gitano que está preso no tiene culpa, porque fué provocado: llamáronle ladrón, y no lo es; diéronle un bofetón en su rostro, que es tal, que en él se descubre la bondad de su ánimo.

Uno de los mayores cuidados de los curas, y tal vez el mayor, era el mantener una perfecta igualdad entre todos los indios, así en el traje como en la asistencia a los trabajos; de modo que el corregidor y corregidora habían de ser los primeros en concurrir al paraje en donde debían acudir todos, y así los demás de cabildo y sus mujeres.

Pero la hermosura de Preciosa aquel día fué tanta, que ninguno la miraba que no la bendecía, y llegó la nueva de su belleza a los oídos de la señora Corregidora, que por curiosidad de verla hizo que el Corregidor su marido mandase que aquella gitanica no entrase en la cárcel, y todos los demás , y a Andrés le pusieron en un estrecho calabozo, cuya escuridad y la falta de la luz de Preciosa le trataron de manera, que bien pensó no salir de allí sino para la sepultura.

Iba Preciosa confusa, que no sabía a qué efeto se habían hecho con ella aquellas diligencias, y más viéndose llevar en brazos de la Corregidora, y que le daba de un beso hasta ciento.