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El pequeño semicírculo está rebosando de gente; pero la concurrencia no es selecta. Falta el atractivo picante de una recepción; sólo se ven las familias de aquellos que la Academia ha sido bastante indiscreta para designar a la opinión como los futuros laureados. Pero reina en aquel recinto un aire tal de serenidad, se respira una atmósfera intelectual tan suave y tranquila, que es necesario hacer un esfuerzo para persuadirse de que se está en pleno París y en la sala de sesiones del cuerpo que agita al mundo con sus ideas y progresos. Los ujieres son políticos, afables, hablan gramaticalmente, como corresponde a cerebros académicos, y cuando el extranjero les pregunta el nombre de alguno de los inmortales cuya fisonomía le ha llamado la atención, responden con suma familiaridad, como si se tratara de un amigo íntimo; Mais c'est Simon, Monsieur! Pardon; et celui-l

Cada uno lleva lo que ha comprado: un cacho de bananas, un conejo, un salmón, una canasta de frutas, un cuadro o un baño de asiento. El beg your pardon es menos común aun que en Inglaterra. No piden ni dan cuartel; os pisan y empujan con la misma calma que sufren la recíproca.

Así fue; le dio tan fuerte y repentino calambre en la pierna derecha al pobre vizconde, que tuvo que saltar del cuadro... Y con tanta torpeza lo hizo, que con todo su peso le pisó un pie a doña Brianda... ¡Grosero! exclamó ésta, sin poder contener su dolor. Para tranquilizarla, dobló Guy la rodilla en tierra y le suplicó: «Pardón, madame

Unas veces aquí, otras en la provincia de Alicante, después por cerca de Albacete: siempre nos iban pisando los talones; pero nosotros, francés que pillábamos lo hacíamos polvo. Aún me parece que los veo: «¡Musiú... pardón!» Y yo, ¡zas, zas! bayonetazo limpio.

Voy á dar algunos detalles sobre dos caractéres singularísimos de la sociedad francesa, caractéres reflejados en dos palabras; pardon y merci; perdon y gracias. Esto nos ha acontecido varias veces, y mi mujer, al oir pardon, monsieur ó madame, me preguntaba: ¿qué dice? Nos pide perdon, respondia yo á mi mujer. ¿Qué diantre de tantos perdones?

No por esto los espedientes se despachaban, al contrario, hacían volver á todos para el día siguiente, pero el público no podía enfadarse: se encontraba con unos empleados muy corteses, muy afables, que les recibían y les despedían con grandes saludos á la francesa: los empleados se ensayaban, sacudían el polvo á su francés y se lanzaban mútuamente oui monesiour, s'il bous plaît, y ¡pardon! á cada paso que era una felicidad verlos y oirlos.

Verdad es que en propinas, que allí llaman pour boire, se gasta más de la cuenta; pero créame usted, las da uno con gusto por verse tratado con tanta amabilidad. No oye usted más que pardon, pardon a todas horas. Pero entre las mil cosas que usted vio, Ponte, se olvida de lo mejor. ¿No vio usted a los grandes hombres? Le diré a usted.

Y no solamente me hace daño, sino que me impone el deber de contestar con una cortesía, so pena de pasar por un hombre avieso y mal educado. ¡Pardon, monsieur! Pas de quoi, pas du tout. Usted perdone, caballero. No hay de qué.

Sin embargo, no debo hacerme el hombre de mundo. Cuando siento un codazo, ó un aplastamiento de pecho ó de nariz, acompañado de un afectuoso pardon, monsieur, la sangre se me sube á la cabeza, y en mi cara de hiel y vinagre, deben conocer evidentemente que no soy hijo de Paris.