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Dejo el sueldo sobre el mostrador, y oigo merci. Me despido, y oigo merci. Los lectores que no me conozcan, creerán que exagero. No diré que esto suceda en todas las tiendas de Paris, pero refiero hechos que me han sucedido, y acerca de los cuales tengo la evidencia de lo que sucede á uno propio. Dios no me salud si miento.

Voy á dar algunos detalles sobre dos caractéres singularísimos de la sociedad francesa, caractéres reflejados en dos palabras; pardon y merci; perdon y gracias. Esto nos ha acontecido varias veces, y mi mujer, al oir pardon, monsieur ó madame, me preguntaba: ¿qué dice? Nos pide perdon, respondia yo á mi mujer. ¿Qué diantre de tantos perdones?

Si sois hombres, ese merci tan blando, tan ficcioso, tan almibarado y melífluo, os convierte en damas, y os hace feos, porque no hay una cosa más fea que un hombre amadamado, y sobre todo, amadamado á la francesa.

Quitad á vuestros rostros, á vuestros talles, á vuestras miradas, á vuestras sonrisas, á vuestros saludos, á vuestra palabra, la originalidad propia de vuestro país, y sereis estátuas vestidas. Decid merci y sois francesas; no sois lo que sois realmente, porque vosotras sois españolas.

Aquel merci es un postizo, un adefesio, una caricatura. ¿Por qué poneros caricaturas extranjeras, cuando las caras nacionales son tan hermosas? ¿Por qué aderezaros con flores mústias de otro clima, cuando nuestros soles crian en nuestros campos tantos jazmines y alelíes? Bellísimas jóvenes españolas, no digais merci: os lo suplico por el alma de vuestros difuntos.

Me dirigieron varias preguntas, me invadieron de varios modos, me hablaron de diferentes frutas, vinos y licores; pero yo me parapeté acérrimamente, y no habia santos del cielo que me sacasen de mis aspilleras. ¡Merci! ¡Merci! contestaba yo á diestro y siniestro á todo lo que me proponian. ¿Voulez-vous Champagne? ¿Quiere usted vino de Champagne? ¡Merci! ¿Rhin? ¡Merci! ¿Château-amer? ¡Merci!

Esto es querer dar verdad á la mentira, con el fin de hacer de la mentira un ente amable. Así lo he sentido mil veces, y el sentimiento es el gran criterio del alma, el talento casi infalible del corazón. Yo deploro de todas veras que los españoles corrompan la expresion franca, majestuosa y solemne de sus saludos, aceptando el afeminado merci francés. ¿Cómo está usted? Bien ó mal.

; el refinado y tonto merci, quita á nuestros saludos ese aire de jovialidad y de buena fe, ese aire rudo y caballeresco, grave é hidalgo, que es quizá el carácter más notable, más original y más bello de nuestra raza. Jóvenes, creedme; no digais merci.

Yo comprenderia que la competencia pudiese explicar aquel fenómeno de la índole francesa, cuando cada uno usara del merci de un modo especial, cuando cada cual lo revistiera de una forma que le diera la expresion y el interés de su particular ingenio: más claro, comprenderia lo que se dice, cuando el uno pronunciara el merci con una corneta, el otro con un clarinete, el de más allá con bombo ó platillos; pero si todos dicen el merci con el mismo acento habitual, con el mismo grado de sonrisa autómata: si el merci es un mercado comun, ¿en donde se concibe la competencia?

¿Cómo está usted? Regular: ¡gracias! ¿Y usted? Voy pasando: ¡gracias! ¿Y su familia? No tiene novedad: ¡gracias! Yo pregunto á los que opinan que la competencia explica este contínuo é indigesto merci: ¿tambien la competencia explica esto en el trato social íntimo, en el seno de la familia? ¿Tambien la familia y la amistad son mostradores de mercader?