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, vos; habéis calumniado á una santa... ¿Creéis que la reina?... Es digna de que una mujer de corazón como vos, la ame en vez de odiarla. ¿Y qué puedo yo hacer? Sed más que la querida pagada de Lerma. ¡Ah! Enloquecedle; hacedle creer que le amáis. Eso no es fácil; don Juan de Guzmán ha visto en mi casa á vuestro amigo. ¿Y qué importa? Lo sabrá Calderón... lo sabrá Lerma.

Sólo la suposición de que la amazona gloriosa pudiera perseguirla con su venganza hacía temblar las piernas de la maestra. El general participó por reflejo de esta inquietud. Su Guadalupe era realmente temible, pero esto no podía impedir que empezase á odiarla. ¿Hasta cuándo iba á sufrir su despotismo?... Los meses sucesivos fueron de desaliento para el héroe.

Una hora después, cuando todos hubiéronse ido, Diana confesó secretamente a Maurescamp, que en efecto, estaba ebria, y que por consiguiente, todo lo que había dicho, no debía tomarse en cuenta; después de lo cual pidió perdón y lo obtuvo. Pero la señora de Maurescamp no obtuvo el suyo. Hacía ya mucho tiempo que su marido no la amaba, y mucho tiempo que había comenzado a odiarla.

Era Primitivo, salvo tal cual momentáneo acceso de brusca y selvática alegría, hombre taciturno, a cuya faz de bronce asomaban rara vez los sentimientos; y con todo eso, Julián se juzgaba blanco de hostilidad encubierta por parte del cazador; en rigor, ni hostilidad podía llamarse; más bien tenía algo de observación y acecho, la espera tranquila de una res, a quien, sin odiarla, se desea cazar cuanto antes.

Si puede calificarse de mal la facultad cruel de presenciar la propia existencia como si ella constituyera un espectáculo parecido por otro, aquel mal estaba hecho y entré en la vida sin odiarla, aunque mucho me ha hecho padecer, con un enemigo inseparable, muy íntimo y positivamente mortal, que era yo mismo. Todo un año transcurrió de aquella manera.

Pero no la amo, no la amo y no quiero nada de ella... Si esto continúa llegaré a odiarla dijo exasperándose de nuevo. Por otra parte, la haría desdichada, horriblemente desdichada; ¡vaya un porvenir! Al día siguiente de la boda estaría celosa y no tendría razón. Pero seis meses después la tendría y le sobraría. Y la plantaría en ese punto: sería implacable. Me conozco y estoy seguro de eso.

Grande y caritativa obra, por tanto, será la del libro que sirva de punto fijo para avisar a los del barco que se alejan de la orilla; que sirva de espejo fiel al bizco desdichado, para que, comenzando por conocer allí su vista extraviada, acabe por odiarla en mismo.

Lo más atractivo de su persona era el halo de bondad que nimbaba su frente y la serena expresión amorosa y profunda de sus ojos garzos. Había en su sonrisa una mística expresión, siempre encesa, como en ideal culto de algún divino pensamiento. Aquel sublime encanto de la joven era la desesperación de Narcisa y de su madre, que llegaron a odiarla.