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En resumen, señorita, el señor Neris, por motivos personales, desea que cierta correspondencia no pase por el castillo ni por las manos de los criados... No queriendo venir a recogerla él mismo, me encarga de ese cuidado cuando estoy aquí... Con la señorita Beaudoin la cosa me era indiferente... pero con usted...

La fealdad es generalmente desagradable y limitada; la vejez maníaca y enfermiza; en cuanto a la juventud... soportable, el ensayo no me ha salido muy bien. ves el mal en todas partes, Hermancia dijo Neris sin volverse. Lo veo donde está, y, desgraciadamente, no me dejas equivocarme. ¿Acaso esa señorita ha dado lugar a la maledicencia? preguntó el cura alarmado.

Recordando en términos discretos la juventud tempestuosa del señor Neris, la condesa reveló a Raúl el matrimonio escandaloso de su tío con una mujer indigna que le había indispuesto con toda la familia hasta el día en que, solo y abandonado con una hija en la cuna, había venido a suplicar a su hermana que le acogiese en su casa.

Neris, con la cara oculta entre las manos, formulaba una ardiente oración por su hija. El notario Hardoin contemplaba a la asistencia a través de sus gafas protectoras. ¿Cuál de aquellos dichosos hubiera podido soportar impunemente el agudo análisis de su vista sutil y penetrante? ¿Cuál de aquellas felicidades era bastante firme para eso? ¡Ay!

Neris, con una coquetería de anciano, desplegó todas las seducciones de un espíritu todavía joven y siempre amable evocando los lejanos recuerdos del tiempo en que, joven, bella y amada, la de Raynal se le había aparecido radiante del brazo de su esposo bajo aquel hermoso cielo de África... ¡Casi el cielo natal! suspiraba con una sonrisa melancólica en los labios!

La distracción de un viaje y el aire puro y vivificante del mar tendrían acaso un efecto saludable. La cosa presentaba numerosas dificultades, pero todos se emplearon en suprimirlas. El señor Hardoin, en relación con el director de Correos del departamento, obtuvo fácilmente una licencia de un mes. Neris, gran accionista de varias compañías, sacó un doble permiso de circulación gratuita.

La anciana condesa, apegada a aquella niña con la pasión de las abuelas que no siempre han sido madres tiernas, apenas la sobrevivió; y el señor Neris, padre y abuelo igualmente desgraciado, sacudió el polvo de los zapatos en el umbral de la Ciudad Eterna, volvió la espalda a ese sol mentiroso, prometedor de vida que no había podido caldear sus miembros helados, y volvió a meterse en su agujero como un animal herido para terminar su existencia donde Blanca había empezado la suya y delante de la tumba donde reposaría un día a su lado.

En fin, querido tío, si llegase el caso, ¿no tendría usted ninguna objeción seria contra miss Darling? preguntó el conde, que no quería abandonar su asunto. Tiene veinte años y has pasado de cincuenta. Pero yo también soy como usted, tío mío, estoy construido a cal y canto; es una herencia del abuelo Neris que estoy lejos de despreciar. En lo físico, pase aún; pero en lo moral...

La boda de Blanca y de su primo se verificaba, sin embargo, en una intimidad buscada exprofeso. Los cuatro testigos y unos cuantos allegados formaban todo el cortejo nupcial y, para ocultar el vacío de aquella fiesta un poco triste, de la que el mismo sol estaba ausente, Neris había invitado a todos los aldeanos al banquete, después del cual los jóvenes casados debían salir para Italia.

Neris era, pues, la cabeza de turco encargada de sufrir los golpes de su sobrino, que no podía defenderse puesto que no le acusaban, y debía simular la indiferencia... cosa bastante fácil para aquel corazón ligero.