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Actualizado: 12 de junio de 2025


¿Cómo se llama? Julieta Raynal; su padre era oficial superior. ¿Raynal?... Espere usted, he conocido un capitán de ese nombre en un viaje a Argelia... y una vez hasta me salvó la vida... ¿En un encuentro con los árabes, tío? No, señor burlón, en un encuentro con un león. ¿Ha cazado usted fieras, señor Neris?

Después venía esta nota un poco más seria: «Desde hoy ya no tengo institutriz, sino una amigafechada en el día de la entrada de Liette en el castillo. El señor Neris había conservado una tierna gratitud hacia la que su hija había amado tan tiernamente.

El resultado de su diplomacia fue que la semana siguiente Julieta Raynal daba su primera lección en Candore ante la mirada severa de la condesa, benévola de Neris e indiferente, al menos en apariencia, del joven conde. Julieta iba ya todos los días al castillo, donde todo el mundo le hacía la más simpática acogida. Blanca estaba encantada de su institutriz.

A pesar de su afectado desinterés, la hija del viejo Neris sabe contar tan bien como su difunto padre. Hace mucho tiempo había yo visto su juego y sabía que su hijo no resistiría seriamente a sus razones... contantes y sonantes. ¡Oh! señor Hardoin, toda acción puede tener un móvil noble y generoso. ¿Por qué atribuirla con preferencia a un motivo bajo y vil?

Hace veinte años que este pobre señor Hardoin es fiel a su despacho por no renunciar a esa preciosa vecindad, esperando que el mejor día la señorita Raynal se equivoque de puerta y se meta en su casa para no salir más. Hasta se dice que tiene encima de la mesa un contrato enteramente redactado en el que sólo falta una firma... Ríase usted, señor Neris.

A pesar de su alta razón, no podía menos de sentir un poco de esa curiosidad sembrada por la serpiente en el alma de Eva y que la más perfecta de sus nietas no consigue ahogar completamente. En esta disposición de ánimo completamente favorable colocó su manita enguantada en el brazo del joven agregado, mientras Neris ofrecía el suyo a la señora de Raynal.

Aquel era evidentemente el plan de la señora de Candore, cuya prudencia maternal había desconocido... Y más todavía el deseo del tío Neris, que encontraría difícilmente mejor partido y no regatearía para asegurar la dicha de su hija. Además, se pondrá tan contenta la pobre muchacha... pensaba con la magnanimidad de un príncipe, retorciéndose el fino bigote.

¿Iba a insultar a una mujer, él, un noble? ¿Y por qué? ¿A causa de aquel guapo oficial a quien sonreían las muchachas? Que no se ponga en mi camino exclamó blandiendo el látigo con una violencia que hizo encabritarse a su caballo. Hola, sobrino... ¿Con quién diablos disputas? El señor Neris, apoyado en su bastón, apareció en la linde del bosque.

Por mi parte me resigno fácilmente a separarme ahora de ti, pensando que también se separa otro... ¿Tengo realmente la felicidad de que estés celoso? ¡Lo confieso con rubor! Me hace daño el ver sin cesar a mi tío pisándote los talones. Te engañas, Raúl; te juro que el señor Neris no me ha mostrado jamás más que una benevolencia paternal.

Un año después estaba la joven empleada delante del aparato Morse, que tan rudamente le había martirizado el corazón, y transcribía sin palidecer un telegrama de Roma, donde era entonces Raúl secretario de la embajada, dirigido al señor Neris, retenido en Candore por un ataque de gota. «Mi querido tío: eres abuelo de una hermosa niña

Palabra del Dia

rigoleto

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