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Actualizado: 12 de junio de 2025


Hemos sido muy imprudentes no previendo lo que sucede... ¿Qué es ello? Lo que debía fatalmente suceder. Esos dos muchachos, jóvenes, guapos y educados libremente como hermanos... sin serlo... debían necesariamente llegar a experimentar el uno por el otro sentimientos poco fraternales. ¿Crees que Raúl ama a Blanca? preguntó Neris con ansiedad.

Neris, por su parte, acogió a la joven americana con una amabilidad meritoria dados los proyectos matrimoniales de su sobrino, y estaba hablando amistosamente con ella de los recuerdos comunes traídos de la Ciudad Eterna cuando este último fue a interrumpirlos dando la señal de la marcha.

Y yo siento tener que recordarte que esa persona, por la que profeso la más alta estima, ha sido la compañera y la amiga de tu mujer, mi pobre hija añadió Neris con severidad. El conde se mordió los labios. Su celoso rencor le había llevado demasiado lejos. Tienes razón, tío, no he debido olvidarlo dijo esperando cortar así el debate. Pero Eva no le permitió esquivarse por esta hábil maniobra.

¡Estás loca, Blanca! dijo la condesa ligeramente contrariada por esa salida intempestiva. No, mamá, te aseguro que he conocido muy bien de lejos a mi antigua institutriz conduciendo un cochecito de niño. Esta vez Raúl palideció a pesar suyo. ¡Pobre muchacha! dijo Neris con interés. ¿Estará reducida al papel de niñera?

Raúl se daba cuenta de que el señor de Neris no tenía por qué elogiarle, ni como sobrino ni como yerno; sus veleidades matrimoniales habían hecho quizá rebosar el vaso. Al llegar a la cita iba mascullando estas ideas, pero al ver a la empleada de Correos cambió de repente de pensamiento. ¿Habría tenido noticias del encuentro proyectado? ¿Era aquello un lazo? ¿Iba a sufrir súplicas y reproches?

«Acuérdate» arrullaban las tórtolas produciendo su nota melancólica y tierna en el silencio de los grandes bosques. Pero Raúl no se acordaba... No tengo ningún remordimiento, querido tío respondió con desenvoltura. Neris hizo un gesto vago. Eres muy feliz dijo sencillamente. Prodújose un momento de silencio.

El señor Neris no tenía más herederos que sus sobrinos, a quienes quería tiernamente, sobre todo a la sobrina, deliciosa criatura que le hacía soportable la vida a que se había resignado benévolamente, demasiado rígida para un antiguo calavera. A Raúl le manifestaba una afectuosa indulgencia de la que él abusaba en grande.

Muy sincero en sus recriminaciones egoístas, como acostumbrado a considerar como suya la fortuna de Neris, se juzgaba desposeído de unos bienes legítimos y su indignación, bastante cómica, era perfectamente justificada a sus ojos. Poco le faltaba para hacer a la pobre Blanca responsable de aquel despojo.

¿Por qué no en la escuela? Eso no es amable, señor cura... ¿Quién iba entonces a azucararle a usted el café? Crea usted, querida señorita... Por otra parte, yo me opondría formalmente, declaró Neris con calor; esta niña no se ha separado nunca de nosotros y no es ahora, cuando su educación está casi acabada... ¡Bravo, tío! En primer lugar, no podrías pasarte sin . ¡Querida niña!

Tiraba el dinero por las ventanas como un verdadero gran señor, y el millón del buen Neris se deshizo pronto entre sus manos. La muerte del comerciante le volvió a poner a flote por algún tiempo, pero iba seguramente a ahogarse, cuando un accidente de caza le envió al otro mundo y salvó el patrimonio de sus hijos.

Palabra del Dia

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