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Calcula cómo andarán los demás ... cuando en este rincón solo hay tanta lástima. ¡Ay, Nardo!; aunque yo no lo tocara con mis manos ni lo viera con mis ojos, los consejos de don Damián, con la experiencia que tiene, serían de sobra para que yo llorara al echar, sola por el mundo, á esa pobre criatura. La salida de Andrés interrumpió este diálogo.

Parece la subida al Calvario, y con esta cruz que llevo a cuestas, más... ¡Qué hermosos nardos vende esta mujer! Le compraré uno... 'Deme usted un nardo. Una varita sola... Vaya, deme usted tres varitas. ¿Cuánto? Tome usted... Abur'. Me ha robado.

3 Y estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer teniendo un alabastro de ungüento de nardo espique de mucho precio; y quebrando el alabastro, se lo derramó sobre su cabeza. 4 Y hubo algunos que se enojaron dentro de , y dijeron: ¿Para qué se ha hecho este desperdicio de ungüento?

En cuanto á tío Nardo, si hemos de ser justos, desde que pudo apreciar la magnitud real y efectiva del barco hasta que llegó á su costado, no pensó más que en calcular cómo no se iría á pique un cuerpo tan pesado, siendo el cuerpo tan duro y tan blando el elemento que le sostenía; cuestión que trató con sus vecinos más de una vez, á su vuelta á la aldea.

Al perderla de vista no cayó la pobre aldeana exánime sobre las losas del Muelle, porque Dios ha dado á estas criaturas una fuerza y una fe tan grandes como sus infortunios.... Aquella misma tarde, á la caída del sol, atravesaban tío Nardo y su mujer la extensa sierra que conduce á su lugar. Mustios iban los dos y cabizbajos, el uno en pos del otro. Pensaban en Andrés.

14 Nardo y azafrán, caña aromática y canela, con todos los árboles de incienso; mirra y áloes, con todas las principales especias. 15 Fuente de huertos, pozo de aguas vivas, que corren del Líbano. 16 Levántate, aquilón, y ven, Austro; sopla mi huerto, despréndanse sus aromas. venga mi amado a su huerto, y coma de su dulce fruta.

En obsequio á la verdad, la mujer del tío Nardo no necesitaba de tantas ni tan buenas razones para oponerse á los proyectos de su hijo: era su madre, y con los ojos de su amor veía á través de los mares nubes y tempestades que obscurecían las risueñas ilusiones del ofuscado niño; pero el tío Nardo, menos aprensivo que ella y más confiado en sus buenos deseos, apoyaba ciegamente á Andrés; y entre el padre y el hijo, si no convencían, dominaban á la pobre mujer, que, por otra parte, respetaba mucho las corazonadas, y jamás se oponía á lo que pudiera ser permisión del Señor.

Valiera más, Nardo, que en lugar de fijarnos en ejemplos como el de ese buen señor para echar de casa á nuestros hijos, volviéramos los ojos á otros más desgraciados. ¡Cuántas lágrimas se ahorrarían así!... Sin ir más lejos, ahí está nuestra vecina que no halla consuelo hace un mes, llorando al hijo de su alma que se le murió en un hospital al poco tiempo de llegar á la Habana.

¡Ay, Nardo!; en primer lugar, don Damián fué siempre muy honrado.... No viene Andrés de casta de pícaros. Después, Dios le ayudó para que hiciera suerte. Y ¿por qué no ha de ayudar á Andrés?

Tío Nardo de pie á su lado, pero algo más tranquilo, respeta la situación de su mujer y no se atreve á separarla de allí. Transcurre media hora. La fragata despliega al viento su blanco velamen; hunde la proa en las aguas, como si dirigiera un galante saludo de despedida al puerto, y, deslizando rápidamente su quilla, desaparece en breve detrás de San Martín.