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Era un placer igual á una música suave y antigua, á un perfume de ramo marchito. Los recuerdos de ella mordían como lobos rabiosos y la perseguirían hasta la muerte. Por eso necesitaba vivir en una inconsciencia animal, asesinando todos los días su pensamiento con el alcohol.

«Dónde están mis camaradas «Del Cerrito y Ayacucho, «Que mordian el cartucho «Con indomable valor? «Dónde están? tal vez ahora «Duermen en la tumba helada, «Ó piden con voz quebrada «Una limosna por Dios!

Se acordaban de que existía el mundo, de que no estaban solos en el planeta, y había una vida más allá de la oceánica extensión, con la que iban a ponerse de nuevo en contacto. Los hombres se apartaban de las señoras, a las que habían cortejado hasta entonces. Ceñudos y preocupados, buscaban un rincón y mordían el cabo del palillero ante el pliego virgen, no sabiendo cómo reanudar sus ideas.

Por ejemplo: Luz seguía fuera del colegio las prácticas cristianas a que se había acostumbrado en él. Iba a la iglesia a menudo y tenía sus rezos en casa. Pues a todos estos actos piadosos la acompañaba su madre. Algo la mordían sus amigas, y con gran donaire se sacudía ella de las zumbas; pero seguía yendo a la iglesia y rezando con su hija, muy a su placer.

Yaguaí no estaba allí. Yaguaí avanzó por éste, no obstante; y un momento después lo mordian en una pata, mientras rápidas sombras corrían a todos lados. Yaguaí vió lo que era; e instantáneamente, en plena barbarie de bosque tropical y miseria, surgieron los ojos brillantes, el rabo alto y duro, y la actitud batalladora del admirable perro inglés.

El Duque de Medinaceli tampoco estaba satisfecho de las versiones que corrían, ni ésta de D. Álvaro acababa de llenar los deseos de poner á cubierto su honra, en que mordían no pocos: se propuso, por tanto, hacer por también narración de los hechos; y mientras con calma ordenaba los apuntes y disponía otros materiales, comentó por de pronto el mencionado memorial de D. Álvaro de Sande, remitiéndolo en tal forma al Dr.

Novillo, a tientas, abrió el maletín; extrajo de él un tarro que había sido de aceitunas y que estaba lleno de agua clara; se sacó con disimulo la dentadura postiza y la metió en el tarro. No podía dormirse con aquellos dientes ajenos, porque le mordían, a pesar suyo, la lengua, como si el antiguo propietario viniese, a favor de las tinieblas del sueño, a vengarse del macabro usufructo.

Consigo llevó a la niña Lucía, única prenda cara a su corazón, que con pueriles gracias comenzaba ya a animar la tienda, haciendo guerra crudísima y sin tregua a los higos de Fraga y a las peladillas de Alcoy, menos blancas que los dientes chicos que las mordían.

Era un campo de figura irregular, más verde que los contiguos por tener riego, todo él circuido por dos filas de avellanos, cuyas ramas, saliendo de la tierra en apretado haz, tomaban la forma de enormes ramilletes. La figura de Rosa sentada en medio y la de las vacas que, diseminadas, mordían tranquilamente la yerba, resaltaban como puntos negros sobre el verde claro del césped.

Y cuando al día siguiente le veía en casa de Jacoba, decíale abrazándole muerta de risa: ¡Cómo te he puesto ayer, querido mío, delante de varios amigos de D. Juan! ¡ no sabes!... Saliste de mis labios que ni con pinzas se te podía recoger. Vivía el conde, por todo esto, y por los remordimientos que sin cesar le mordían, en un estado de perpetua agitación. ¡Cuán lejos se hallaba de ser feliz!