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Era un placer igual á una música suave y antigua, á un perfume de ramo marchito. Los recuerdos de ella mordían como lobos rabiosos y la perseguirían hasta la muerte. Por eso necesitaba vivir en una inconsciencia animal, asesinando todos los días su pensamiento con el alcohol.

Tenemos que volver a la capital dije poniéndome de pie apresuradamente. Importa reunir en seguida cuantas fuerzas hay allí y ponernos en persecución de Miguel antes de mediodía. Sarto sacó su pipa, la llenó y la encendió cuidadosamente en la vela que goteaba sobre la mesa. ¡Quizá estén asesinando al Rey mientras seguimos aquí cruzados de brazos! exclamé. Sarto continuó fumando en silencio.

Llegaron los franceses a la Puerta Nueva, y mientras las autoridades hablaban con ellos para darles entrada, de una casa cercana salieron algunos tiros. Furiosos los enemigos, después de derribar a cañonazos la puerta, desparramáronse por las calles de Córdoba, asesinando a cuantos se encontraban al paso y metiéndose en las casas para coger cuanto había. No puedes figurarte lo que era aquello.

Yo ni puedo, ni quiero, ni debo consentir extravagancias tan criminales. ¿No comprende esa mujer de Satanás que la educación que ha dado á su hija, que esos terrores que le ha infundido son como un veneno? ¿Quiere saciar el odio que me tiene, asesinando á su hija, porque también es mi hija? Comendador, ten sangre fría; mira que te engañas.

Yo soy extrangero, vengo á refugiarme en Egipto; y no es presumible que uno que viene á pedir vuestro amparo, empiece robando á una muger y asesinando á un hombre. Eran en aquel tiempo los Egipcios justos y humanos.

Y en cambio usted contestó impúdicamente se ha regocijado de su vida. ¿Quién es el que se tomaba la molestia de traerme sus noticias? ¿Quién es el que venía todos los días a decirme en la cara: está mejor? ¿Quién es el que me obligaba a leer sus cartas y las del médico? Hace casi ocho meses que usted me estaba asesinando con su salud. ¡Qué menos que un cuarto de hora para regalarme con su muerte!

Oíalos Miss Buteffull desde su cama y comprendió al punto la causa: sin duda, nadie se había acordado en la casa de que el pobre niño había vuelto del colegio; quizá se había puesto malo de pronto; quizá habían entrado ladrones y lo estaban asesinando... Miss Buteffull, compadecida, encendió la vela de su palmatoria.

«¿Pero se va usted...? ¿Se ha puesto malo? ¿Es que no le gustan mis sermones?». «Si no me voy, la entrego pensaba el misántropo, apretando los labios... . Esta pícara me está asesinando». ¿Te vas, Manolo? le preguntó D. Baldomero desde el otro extremo de la habitación. ¡Si me echan, padrino...! Su hijita de usted me quiere desterrar. ¡Ay, qué pillo!... Si es todo lo contrario.

El pueblo de París se ha sublevado hace quince días contra el gobierno, asaltando el Elíseo y asesinando al Presidente. El ejército tuvo que emplear las ametralladoras para imponer el orden... Todo el mundo lo sabe. Pero Desnoyers insistía en no saberlo: nada había visto. Y como sus palabras eran acogidas con un gesto de maliciosa duda, prefirió callarse.

¿Pues á quién he de admirar? ¿á quién he de admirar? ¿A los tiranos? ¿A Nerón, matando á Séneca; á Felipe II, asesinando á Egmont y á Lanuza; á Luis XV, descoyuntando á Damiens? Era preciso enseñar á los franceses que no debía haber otro Ravaillac. Pues la lección no hizo efecto, porque hace treinta años que un Rey murió en un patíbulo. ¡Esos son tus semidioses, esos! exclamó Elías con furia.