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Tenemos que volver a la capital dije poniéndome de pie apresuradamente. Importa reunir en seguida cuantas fuerzas hay allí y ponernos en persecución de Miguel antes de mediodía. Sarto sacó su pipa, la llenó y la encendió cuidadosamente en la vela que goteaba sobre la mesa. ¡Quizá estén asesinando al Rey mientras seguimos aquí cruzados de brazos! exclamé. Sarto continuó fumando en silencio.

Al verse sobre un saliente de la costa, libre ya de la absorción de las olas, se extinguió de golpe su energía. El agua que goteaba su cuerpo era roja, cada vez más roja, esparciéndose en regueros por las verdes anfractuosidades de la piedra. Sintió un dolor inmenso, como si todo su organismo hubiese perdido el amparo de su envoltura, quedando expuesta al aire la carne viva.

Al volverse vió que quien había entrado en su celda no era el bufón, sino el cocinero del rey. Francisco Martínez Montiño venía mojado completamente. Su capa goteaba, ó por mejor decir, chorreaba la lluvia que había empapado sobre la estera de la celda. Era una de esas tardes lóbregas, en que parece que la Naturaleza, sobrecogida por un dolor silencioso, se cubre con un velo y llora.

Salí a su encuentro para ayudarle a sacudirse y a enjugarse... y a nada, porque de dos bativoleos se desprendió de todo lo flotante que goteaba sobre él. Así quedó, en un periquete, liso y mondo de pies a cabeza, es decir, de chaqueta corta y en pelo.

Alineábanse los vehículos, y las bestias recibían inmóviles la lluvia, que goteaba por sus orejas, su cola y los extremos de los arneses. Los conductores refugiábanse en una tabernilla cercana, la única puerta abierta en todo el barrio de los Cuatro Caminos, y aspiraban en su enrarecido ambiente las respiraciones de los parroquianos de la noche anterior.

Un solo rayo de sol penetraba en la estancia tras una madera entreabierta. ¡Qué alarido el que estalló en la obscuridad cuando el niño alzó en el haz luminoso la sanguinolenta cabeza que goteaba sobre el tapiz! Una de las dueñas se derrumbó de espaldas, presa de brusco soponcio. La mujer que acompañaba a Ramiro contó con alegría la proeza del mancebo.

De la cubierta de los botes goteaba sobre el mar el ígneo azufre de las luces de bengala. Las ondulaciones atlánticas tomaban bajo este resplandor de incendio que rodeaba al buque el aspecto denso del metal en ebullición.

Una vela torcida goteaba sobre los pies de la escultura sus lágrimas de cera, y el débil resplandor verdoso de una lámpara de vidrio, medio apagada, enviaba estertores de luz a la divina faz.