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Doña Lupe la amenazaba con mandarla a la galera o con llamar una pareja, con escabecharla y ponerla en salmuera, y poco a poco se iba aplacando la fierecilla hasta que se quedaba como un guante. vi Maximiliano, gozoso de ver que su tía con aquel gran alboroto, no se ocupaba de él, poníase de parte de la autoridad y en contra de Papitos.

á me dijeran: ¿qué es lo que quieres para apoderarte de una nacion, para mandarla, para ser su amo? yo contestaria: quiero ante todo apoderarme de su lengua, mandar en su palabra, ser amo de ese libro en que están escritos los nombres de Dios, padre, madre, hijo, hermano, amigo, patria, luz, amor, espacio.

Oía a Petra sin entender bien su palique, le molestaba el ruido de la voz aguda y lacrimosa, no lo que decía, que ya no llegaba a la atención del canónigo; quería mandarla callar, pero no podía, no podía hablar, no podía moverse.... Petra habló todo lo que quiso.

Hace días que vengo pensando en cuál es la mejor manera de hacerle al alma el gran favor de mandarla para el otro barrio. ¿A ti que te parece? No decido nada sin tu consejo; y lo que prefieras, eso preferiré yo». La infeliz mujer estaba tan medrosa, que apenas podía hablar. «Guarda eso, por Dios... Mira que me da mucho miedo».

No obstante, cuando V. E. considerase útil y precisa la renovacion de este auxilio, puede mandarla verificar á este Gobernador, que está encargado de ella. Nuestro Señor, &c. Sobre establecimientos portugueses. Exmo. Señor: Asumpcion, 19 de Julio de 1792.

Cerróse por dentro de la habitacion y mandó hacer una ventanita para que por alli pudiesen mandarla algunos alimentos. Muchas veces iban los grandes á hacerla saber la alteracion en que se hallaba España, y contestaba que si su hijo estaba en disposicion, viniese á gobernarla, y que si no, su padre; que ella tenia otros deberes mas sagrados que cumplir como viuda.

La historia de Lyon es muy interesante, ya por su antigüedad, ya por el gran papel que ha hecho desde la conquista de los Romanos. La ciudad antigua, que ellos llamaron Lugdunum, estuvo toda sobre la colina y faldas de Fourvières, é incendiada que fué tocóle á Neron mandarla reedificar, extendiéndola sobre ámbos rios.

Pues a cuenta que lo mismo estarás , y Dios te dará lo tuyo; eso no tiene duda... porque es de ley. Y por la santidad que tengo entre , te digo que si el marido de la señorita se quiere volver contigo y le recibes, no pecas, no pecas...». Fortunata creyó prudente mandarla callar, pues aquel concepto se armonizaba mal con la santidad de que hacía gala su amiga.

Algo dijo, sin embargo, que animó la desmayada conversación de aquella noche. «¿Saben ustedes cuál es una de las cosas que me cargan más en España? La costumbre que tienen las criadas de ponerse a cantar cuando trabajan. Parecía natural que en mi casa me viera yo libre de este tormento. Pues no señor. Tiene mi tía Guillermina una criadita cuya boca vale por dos murgas. No vale mandarla callar.

¿Qué más que escribir una sátira de la tal tertulia con mucha sal y pimienta, retratando a todos los que van a ella, y mandarla al <i>Robespierre</i> para que la estampe? añadió un pavo.