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Cerróse por dentro de la habitacion y mandó hacer una ventanita para que por alli pudiesen mandarla algunos alimentos. Muchas veces iban los grandes á hacerla saber la alteracion en que se hallaba España, y contestaba que si su hijo estaba en disposicion, viniese á gobernarla, y que si no, su padre; que ella tenia otros deberes mas sagrados que cumplir como viuda.

Entra por la ventanita... y el rey estaba durmiendo. Y va el pagarito y con el bico le saca un ojo, y el rey queda chosco.

El segundo, al cual se subía por unos escalones abiertos a pico en la roca, se componía de dos cuartitos. En el de la izquierda, sombrío y pegado a la peña, dormía el tío Pedro; el de la derecha era el de su hija, que gozaba del privilegio exclusivo de una ventanita que había servido en el barco y que daba vista a la ensenada.

La puerta era de roble viejo, labrada como las de las iglesias: a su lado había una ventanita sin rejas. Al poner allí el pie me sentí fuertemente conmovido. La idea de que detrás de aquella puerta estaba mi dueño querido, la saladísima hermana, hacía brincar mi corazón. Pegué el oído a la cerradura por si lograba escuchar algo, y en efecto, voces y risas.

Sobre la que quedaba a la derecha vimos, profundamente grabada en la piedra, una anticuada E mayúscula, como de un pie de largo, y pasando por junto de ella, nos encontramos con un cangilón peligroso y lleno de escabrosidades, que, haciendo ziszases, conducía a la pequeña choza. La puerta cerrada y la ventanita de hierro de aquella solitaria cabaña despertaron nuestra curiosidad.

¿Hace mucho tiempo que vive usted aquí? preguntó Reginaldo, después que examinamos lo que nos rodeaba y vimos la ventanita triangular en el rincón de la chimenea, desde donde el guardián del portazgo podía antiguamente dominar con la vista muchas millas a lo largo del camino carretero que se extendía a través de los brezales. El próximo día de San Miguel hará veintitrés años que estoy aquí.

Don Sabino el capellán... ¿Se puede hablar con él? articulé con trabajo, mirando a la monja que asomó la cabeza por la ventanita sin reja que había al lado de la puerta. La verdad es que no pensé hallarme con tan gentil portera. Era joven la monjita y tenía el rostro fresco y sonrosado, con ojos vivos y penetrantes. Su acento era marcadamente extranjero.

Pero ahora, por algún tiempo, cieguecito y nada más que cieguecito. Con que mucha formalidad, que si das en abrir la ventanita, como dices, te amarraré las manos.

Ainda mais, la que llevas ahora es de un color así como grosella... Rosalía oyó esto desde la puerta. Desconcertada al pronto, no tardó en recobrar su serenidad, y dijo riendo: ¿Pues no dice que llevo bata de seda?... , para batas de seda estamos... Ahí tienes lo que te vale asomarte a la ventanita.