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El Chispas dio un mugido de alegría; luego otro... luego otro. «Tres... cuatro... cinco: la bicha trabaja bienIba recogiendo los conejos de los capillos así como caían; unos sanos, otros con la cabeza destrozada por el hurón y manando sangre. A los que salían ilesos, huyendo de la sanguinaria fierecilla, el mozo los estrangulaba con sus duros dedos.

Doña Lupe la amenazaba con mandarla a la galera o con llamar una pareja, con escabecharla y ponerla en salmuera, y poco a poco se iba aplacando la fierecilla hasta que se quedaba como un guante. vi Maximiliano, gozoso de ver que su tía con aquel gran alboroto, no se ocupaba de él, poníase de parte de la autoridad y en contra de Papitos.

En vez de una niña alegre y agradecida al inmenso favor que la hacía, se encontró frente a frente de una fierecilla, un ser antipático sin afecto ni sumisión, extravagante y caprichosa hasta un grado sorprendente, cuya risa no brotaba ruidosa sino cuando algún criado se caía o el lacayo recibía una coz de los caballos. Pero no se desanimó.

Marchaban al paso, tímidas, anonadadas, haciendo comentarios en voz baja, siguiendo de lejos a una compañera infeliz que, retorciéndose y gritando como una fierecilla en el cepo, era arrastrada por un alguacil.

Su reserva y disimulo con Rosa produjeron al fin el resultado propuesto. Aquella fierecilla, cuando vio que no la hacían caso, empezó a domesticarse. Ya no huía cuando él llegaba, ni ponía la cara seria, ni se fingía distraída cuando hablaba. Pasado algún tiempo, concluyó por acogerle con la sonrisa benévola y respetuosa que los demás, y dirigirle la palabra, aunque pocas veces.

¡Qué fierecilla! ¡Cómo hinchaba las ventanillas de su nariz, y qué fuertemente respiraba, y qué enérgica expresión de voluntad tomó su fisonomía! Todo esto lo pudo observar la Sanguijuelera sin dejar su ocupación. Amoscándose un poco, le dijo: «¿Sabes que estás cargante, sobrina, con tus colegios y tus charoles?

Pelirroja y pecosa, descarnada y puntiaguda de hocico, llamábanle en el taller la Comadreja, mote felicísimo que da exacta idea de su figura y ademanes. Bien sabía ella lo del apodo; pero ya se guardarían de repetírselo en su cara, o si no.... Ana tenía por verdadero nombre, y a pesar de su delgadez y pequeñez, era una fierecilla a quien nadie osaba irritar.

Guárdatela le dijo para la desdentada de tu mujer, que se contentará con eso. Vidita, no he podido más y cálmate, que mi señora no tiene nada que ver en nuestras diferencias. ¡Qué difiriencias, si siempre es lo mismo; yo pedir y negar! Ya lucirán días mejores. Pues entonces vienes, galán. Vamos, fierecilla, no seas tan brava, que tu Quintín es capaz de vender el alma al diablo por complacerte.