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Reina, el señor de Le Maltour, solicita tu mano. Que le aproveche, tío. ¿Te gusta? Al contrario. ¿Por qué? Exponme las razones, pero buenas razones; no como las del otro día que no valían nada. Tampoco vuestros partidos no eran presentables, tío. Vamos al señor P. muy bien... ¡Oh, un hombre de treinta años, casi un patriarca! ¿Y el señor de C.? ¡Un hombre espantoso!

Y el señor de N... mozo de mérito y muy inteligente. ¡Bah! le conté los cabellos y ¡no tenía más que catorce! ¡A los veintiséis años! ¡Ah!... ¿y el pequeño D?... No me gustan los trigueños. Y luego, es una nulidad completa. Una vez casado, querría a su persona, a sus corbatas, a mi dote y nada más. Te concedo todo eso. Pero vuelvo al barón de Le Maltour; ¿qué le reprochas?

Es una insolencia ¡caramba! tanto para mi como para ese pobre mozo, que es tímido y a quien desconciertas por completo. El señor de Le Maltour no es una persona a quien se pueda tratar como a un títere, sobrina. Nadie te obliga a casarte con él, pero quiero que le trates con amabilidad. Bien sabe Dios si tienes buena lengua cuando quieres.

He dicho: comido por los gusanos, porque según mi modo de ver la más encantadora luz de la vida de una mujer, es la de la viudez... El alto y poderoso barón Le Maltour, aunque de raza de héroes, no resistió a esa prueba. Y comprendiendo el sentido oculto de mis caprichos tártaros, se fue y no volvió más. Mi tío se enojó, pero no se me importó.

¿Os divertisteis la otra noche en casa de los C?... No. Sin embargo, me pareció una fiesta brillante. ¡Qué lindo vestido llevabais! ¿Os gusta el azul? Puesto que lo uso... El señor de Le Maltour tosió levemente, para darse valor. ¿Os gustan los viajes, señorita? No. -Es sorprendente. Os hubiera creído de carácter emprendedor y viajero. ¡Qué idiotez! ¡Tengo miedo a todo!

Veremos me decía, si Le Maltour resiste a esta prueba. ¡Ah mi querido tío, convenceos de que he de salir con la mía y de que de aquí a pocas horas me habré deshecho de ese intruso! Al día siguiente el barón se presentó con el aspecto desconcertado, del que camina sobre vidrios. Yo le recibí tan amablemente, que se repuso, al mismo tiempo que se disiparon los temores del señor de Pavol.

Cinco minutos después paseaba yo por el bosque, presa de la más violenta agitación. ¡Ah, quiere salir con la suya! decíame mordiendo el pañuelo para ahogar los sollozos; ya verá cómo recibo a su Le Maltour. Quiero que en cuatro días desaparezca de mi vista. Mi tío no ve ni comprende nada. Me engañaba.

Los de Couprat y el cura almorzaban con nosotros. Oprimíaseme el corazón al ver a Pablo conversando alegremente con Blanca, mientras que yo me hallaba condenada a soportar las atenciones tímidas del señor Le Maltour, cuya cara bonita me atacaba los nervios. He cambiado de idea desde ayer le dije repentinamente; me gustan muchísimo los viajes.

Trata de que eso suceda mañana; el señor de Le Maltour almorzará con nosotros. Bueno, tío, hablaré, perded cuidado. Pero no vayas a decir tonterías. Me inspiraré en la ciencia, tío le contesté majestuosamente. ¿Cómo? en... No os aflijáis, haré lo que me exigís, hablaré sin cesar. No, sobrina, no se trata de...

Mi tío y los invitados mordíanse los labios para no reírse al ver la fisonomía del señor de Le Maltour, que delataba el mayor desconcierto y Blanca exclamó: ¿Has perdido la cabeza, Reina? No, absolutamente. Le pregunto al señor si comparte mi simpatía por Nasr-Ullah, un hombre que según parece, poseía todos los vicios.