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Concedo antecedentem, repitió el catedrático sonriendo maliciosamente; ergo, puedo raspar el azogue de un espejo de cristal, sustituirlo por un pedazo de bibinka y siempre tendremos el espejo, ¿ja? ¿Qué tendremos? El joven miró á sus inspiradores y viéndolos atónitos y sin saber qué decir, se dibujó en su cara el más amargo reproche.

, lo concedo respondió Francisca en tono de condescendencia. Pero ese señor, en vez de volver la espalda en seguida, pudo decir claramente lo que pensaba a la madre de la joven. Pudieron entenderse, economizar, borrar uno de los gastos... ¿Cuál hubiera usted borrado, Francisca? preguntó la de Ribert con una sonrisa ligeramente burlona. ¿Yo?... Ni uno, señora, respondió Francisca muy convencida.

En un tiempo en que se honra al mérito y al talento dijo un hombre que vestía una ropilla de terciopelo encarnado, el cual tomaba lentamente y con placer su chocolate. Que se le recompense como cantante, concedo replicó un joven hidalgo, que estaba arreglándose ante un espejo del café los bucles de su cabellera y su chorrera de encaje.

Absolutamente, si lo amo... ¡Ah! insistís... Porque es la verdadera cuestión. No hay otra... y a mi vez quiero ser razonable. Os concedo que esta cuestión no esté completamente resuelta, y que quizá he procedido con demasiada ligereza. Ya veis cómo soy razonable.

¡De todos modos, D. Facundo!... , , te concedo que esa mujer obra mal; pero bien examinadas y bien pesadas todas las circunstancias, no es tan perversa, de seguro, como te imaginas. Miguel guardó silencio y se puso a meditar sobre las palabras de Hojeda, mientras caminaban emparejados hacia el centro de la villa.

NOS fray Pedro Jiménez Vaca Concedo libre y seguro pasaporte a don Juan Fernández, de profesión católico, apostólico y romano, que pasa a la villa revolucionaria de Madrid a diligencias propias: deja asegurada su conducta de catolicismo.

La carne es débil, hijo mío; lo por usted, ya que no por experiencia propia. Conozco a los hombres, aunque nunca me han hecho la corte. Pero cuando se asiste al teatro por espacio de cincuenta años se está un poco en el secreto de la comedia. Acuérdese bien de esto: el mejor de los hombres no vale nada. El mejor es usted, se lo concedo.

Concedo, D. Facundo, que en este caso particular, acaso tenga V. razón; pero consagrar la vida entera como V. a hacer obras de caridad, es digno de alabanza y recompensa. ¡Recompensa! ¡recompensa! exclamó con fuego el boticario.

»Mi tío frunció su entrecejo; porque después de la revolución de Masaniello, no podía oír tranquilamente la palabra pescador. No obstante, como en la cavatina de Pórpora el pescator felice concluye por naufragar, este desenlace, más sin duda que el modo con que yo canté, causaron tanto placer a mi tío, que exclamó: »¡Bravo! ¡bravo! ¡Pide lo que quieras, te lo concedo por el día que celebramos!

Se requiere que mismo te despojes y te sometas a mi poder con abnegación sin límites. Y no quiero ni exijo yo que esto sea de repente y como por sorpresa. Te concedo tres días para que lo pienses y lo decidas. Al cabo de ellos, ven por aquí, a la misma hora en que has venido esta noche, a decirme la determinación que hayas tomado. Ahora vete a tu celda.