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Su madre, como si los esfuerzos para emparentar con la riqueza hubiesen agotado la fuerza de su carácter, había caído en un marasmo senil rayano en la idiotez, sin más manifestaciones de vida que la permanencia en la iglesia hasta que la despedían cerrando las puertas, y el rosario, continuamente murmurado por los rincones de la casa, huyendo de los gritos y los juegos de sus nietos.

¿Os divertisteis la otra noche en casa de los C?... No. Sin embargo, me pareció una fiesta brillante. ¡Qué lindo vestido llevabais! ¿Os gusta el azul? Puesto que lo uso... El señor de Le Maltour tosió levemente, para darse valor. ¿Os gustan los viajes, señorita? No. -Es sorprendente. Os hubiera creído de carácter emprendedor y viajero. ¡Qué idiotez! ¡Tengo miedo a todo!

¿Quiere usted decir que es una bestia, un hombre peligroso? preguntó don Restituto, alarmado. Más bien un niño. Posee, evidentemente, un alma racional, como criatura humana que es; pero es un alma racional que no es racional. ¿He desnudado mi pensamiento? Su alma se halla todavía en el período infantil, o de idiotez, si ustedes quieren.

Aquella unas veces parece reflejar una completa idiotez, al par que otras transparenta una melancolía, una pena y un sentimiento, cual si aquella sonrisa la alentara el genio que guarda los misteriosos secretos del alma. ¡Pobre niña! ¿Cuál será tu porvenir? ¿Cuál tu pasado?

Vos que sois un hombre de criterio, señor cura, ¿no halláis que los conocimientos sociales son una idiotez? Probablemente bastaría una declaración mía para hacer la felicidad de toda mi vida, cuando, he aquí, que unas leyes inventadas por alguna cabeza sin discernimiento, me prohíben seguir mis inclinaciones, revelar mis pensamientos íntimos, y declarar mi amor a la persona que amo.

Vestía una bata grasienta ya y traía la cabeza descubierta. Pero aquella cabeza, a pesar de sus blancos cabellos, no era venerable. Las mejillas pálidas, terrosas, los labios amoratados y caídos, la mirada opaca sin expresión alguna, no reflejaban la ancianidad que tiene su hermosura, sino la decrepitud del vicio siempre repugnante y la señal de la idiotez, aterradora siempre.

Es un joven bien parecido y tengo las mejores informaciones respecto a su moralidad y su carácter, fortuna inmensa, familia honorable y muy antigua. ¡Ah, , abuelos! como dice Blanca interrumpí con desdén. Tengo horror a los abuelos, tío. ¿Por qué? Gente que no pensaba más que en pelear y romperse la cabeza. ¡Qué idiotez!