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Su madre, como si los esfuerzos para emparentar con la riqueza hubiesen agotado la fuerza de su carácter, había caído en un marasmo senil rayano en la idiotez, sin más manifestaciones de vida que la permanencia en la iglesia hasta que la despedían cerrando las puertas, y el rosario, continuamente murmurado por los rincones de la casa, huyendo de los gritos y los juegos de sus nietos.

Servidor y capellán... respondió gozoso el eclesiástico, tratando de echar pie a tierra, ardua operación en que le auxilió el abad . ¿Y usted... exclamó, encarándose con su interlocutor es el señor marqués? ¿Cómo queda el tío? ¿Usted... a caballo desde Cebre, eh? repuso éste evasivamente, mientras el capellán le miraba con interés rayano en viva curiosidad.

Recibió Amaury la carta en el momento de disponerse a salir de su casa, y lo hizo inmediatamente para satisfacer los deseos de un anciano por quien sentía un respeto rayano en veneración, a cambio de un afecto casi paternal. Mucho le agradezco dijo el conde al verle la diligencia que ha puesto en el cumplimiento de mis deseos.

Entónces les contó en breves palabras el enano de Saturno, que tenia ménos recia la voz que Micromegas, con que gente estaban hablando, y su viage de Saturno: les informó de quien era el señor Micromegas, y habiéndose compadecido de que fueran tan chicos, les preguntó si habian vivido siempre en un estado tan rayano de la nada, y qué era lo que hacian en un globo que al parecer era peculio de ballenas; si eran dichosos, si tenian alma, si multiplicaban, y otras mil preguntas de este jaez.

Si bien es cierto que dadas las lagunas y restricciones de mi texto, mi saber era el mayor posible. Profesaba el cura por sus reyes un amor rayano en la veneración, y sin embargo, no quería a Francisco I. Esta antipatía era tanto más singular, cuanto que Francisco I fue valiente y se ha hecho popular.

La conversación, que era en extremo animada cuando Silas llegó al Arco Iris, había sido como de costumbre lánguida e intermitente al empezar a formarse la reunión. Los clientes habituales habían comenzado por ponerse a fumar sus pipas en un silencio rayano en la gravedad.

Pepita, fiando siempre en su gracioso desenfado, rayano del cinismo. Joaquinita perseguía a uno de los antequeranos con incansable brío, con una firme voluntad de hacerle suyo, digna, en verdad, de admiración.

El roce con la gente de la imprenta había dado a su franqueza cierto tinte rudo, a veces rayano en la grosería; a sus sentimientos honrados servía de intérprete un lenguaje tosco; para verle algo aseado y compuesto, era preciso aguardar al domingo: acaso no anduviese descaminado Tirso y, andando el tiempo, tuviera ella que llevarle en cesta la comida, resignándose a ser una menestrala, es decir, el tipo contrario al de las señoritas, cuyos modales y trajes procuraba imitar.