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Sus ojos se iluminaron. Aquellas manos aristocráticas que se habían abierto tan a menudo para dar, se crisparon ávidamente como las garras de un avaro. Rompió el papel de todos los cartuchos, hizo brillar el oro amarillento a la luz de una lámpara humeante e hizo tintinear a sus oídos aquellos discos trémulos, que tañían alegremente los funerales de Germana.

, padrino mío; nos vamos. Herminia es la que lo quiere. Y tiene razón. Yo no quiero aconsejaros, pero en esta época, una temporada en la orilla de los lagos de Italia, en Bellaggio, por ejemplo.... Los ojos de Herminia se iluminaron. Nunca había viajado y no conocía nada.

De repente, uno de los cosacos dejó escapar una exclamación gutural, que recorrió toda la línea. ¡Nos han descubierto! gritó el doctor Lorquin sacando el sable. Apenas había pronunciado estas palabras, doce disparos iluminaron el sendero de un extremo al otro, y verdaderos aullidos de salvajes contestaron a las detonaciones.

Por su doble chimenea se escapaba diariamente la fortuna de un hombre. Su presencia en ciertos archipiélagos lejanos dejaba limpios los depósitos de carbón. Un vapor de carga alquilado por el príncipe salía al encuentro del Gaviota II en los mares más remotos para llenar sus bodegas de combustible. Puertos tranquilos se iluminaron por la noche como si hubiese salido el sol.

Cuando vio la calle, sus ojos se iluminaron con fulgores de júbilo y gritó: «¡Ay, mi querida calle de mi alma!». Extendió y cerró los brazos, cual si en ellos quisiera apretar amorosamente todo lo que veían sus ojos. Respiró después con fuerza, parose mirando azorada a todos lados, como el toro cuando sale al redondel. Luego, orientándose, tiró muy decidida por el paseo abajo.

Intensos relámpagos iluminaron siniestramente el aire. Los rayos le surcaban de continuo. El bajel apresado no tardó en apartarse de la nave de Morsamor. La borrasca le llevó lejos de su vista. Morsamor hizo esfuerzos inauditos para salvar su nave, harto trabajada ya por larguísima navegación y por el choque y combate con el bajel corsario.

Al volver Rafaela y al ver a Juanita vestida de gala, tuvo nuevo motivo de admiración. Juanita y la criada encendieron después los tres velones que tenían, cada uno con cuatro mecheros. Encendieron además veinte o veintidós velas de cera, y lo iluminaron todo tan ricamente, que la casa parecía aderezada para una solemne fiesta.

La faz de Cirilo y la de Visita se iluminaron con una sonrisa de alegría. La de aquél se apagó, sin embargo, al observar el rostro serio y contraído del joven. Buenas noches. Al oír el saludo, la sonrisa de Visita también se apagó: su fino oído de ciega había notado algo extraño en el timbre de la voz.

Si rompe usted el pacto, no entrará aquí, ni aun por el balcón como esta noche. ; amigos y nada más murmuró Rafael con sincero acento de tristeza que pareció conmover a Leonora. Sus ojos verdes se iluminaron; brilló el polvo de oro que moteaba sus pupilas y avanzó hacia Rafael, tendiéndole la mano. Buen muchacho; así me gusta: resignado y obediente.

»Esperamos inútilmente; permanecimos solos el resto de la noche, y cuando los primeros rayos del día iluminaron las vidrieras de la capilla, Carlos no había aparecido. »Pasó el día, pasaron también los siguientes y no volvió a presentarse en el castillo.