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Clamaban contra aquellas invenciones del demonio, con las cuales creían ellos que se comunicaban los impíos con el gobierno de Madrid, y machacaban contra el suelo con el fusil y con los pies las doradas ruedas de los aparatos, los discos y las primeras pilas de electricidad.

La consola del centro estaba cubierta de discos o manchas, que no habían entrado en el dibujo original; los sillones bordados, descoloridos por el tiempo, y el sofá de terciopelo verde, sobre el cual se dejó caer don Jacobo, estaban manchados por la roja arcilla del camino.

El sabio profesor osaba emitir en su informe la teoría de que los tales papeles tal vez representasen algo semejante á la moneda, pero sin poder comprender su funcionamiento y su utilidad, y extrañándose además de que hubiese gentes que los aceptasen en lugar de los discos metálicos. Tampoco el público se fijó mucho en tales explicaciones.

De época en época, cuando venía algun profesor complaciente, se señalaba un día del año para visitar el misterioso Gabinete y admirar desde fuera los enigmáticos aparatos, colocados dentro de los armarios; nadie se podía quejar; aquel día se veía mucho laton, mucho cristal, muchos tubos, discos, ruedas, campanas, etc.; y la feria no pasaba de allí, ni Filipinas se trastornaba.

Estos discos eran de diversos tamaños y metales, llevando todos ellos de relieve en sus dos caras un busto de mujer gigantesco y un ave de rapiña con las alas abiertas. Según la explicación del sabio Flimnap, servían en el país de los Hombres-Montañas como signos de cambio, y estaban todos ellos comprendidos bajo el título general de «moneda».

El acero arrollado en tubos, extendido en placas, alargado en émbolos, redondeado en discos, permanecía callado e impasible, sin transpirar el misterio ruidoso de las potencias que se agitaban en sus entrañas.

Árboles no muy grandes, plantados en fila, tristes y con poca salud, si bien con muchos pájaros, dejan caer uniformes discos de sombra sobre el suelo de arena, sin una hoja, sin una piedra, sin un guijarro, llano y correcto cual alfombra de polvo. Como treinta individuos vagan por aquel triste espacio; los unos lentos y rígidos como espectros, los otros precipitados y jadeantes.

Y este trabajo del espíritu, este complemento a la naturaleza, es lo que tiene valor y precio, y se mide y se representa y se mueve bajo la figura redonda de la moneda metálica, o bien toma la traza de unos papeluchos mugrientos que se llaman billetes; los cuales, así como los discos o tejuelos de metal, vienen a ser encarnación del espíritu, lo más sutil y animado y circulante de su valor, la esencia imperecedera de su trabajo secular acumulado.

¡Linda! repitió el otro. ¡Cuánto ruido! , mucho ruido asintió míster Hall, que hallaba no desprovistas de profundidad las observaciones de su visitante. Candiyú admiraba los nuevos discos: ¿Te costó mucho a usted, patrón? Costó... qué? Ese hablero... los mozos que cantan. La mirada turbia, inexpresiva e insistente de míster Hall, se aclaró. El contador comercial surgía.

Luego parpadeaban con una sensación de extrañeza al replegarse en esta cáscara férrea perdida en el infinito, con su hervidero de hormigas sobre el lomo. A espaldas de Mina y su compañero sonaban los discos de madera resbalando sobre la cubierta, empujados por las palas de los jugadores.