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¡Besa! ordenaba Julieta presentando ante sus labios descoloridos una flor que acababa de arrancar del parque . Un enamorado chic debe enviar estos recuerdos.

Profético metal, los ciudadanos Que de agüero y comento son exentos A tu voz bailarán por estos llanos, En tanto que tu voz y tus acentos Oyen descoloridos los tiranos Y te atienden los reyes macilentos.

Hubiérase dicho que aquel carcomido aparato no esperaba sino la primera brisa exterior para desvanecerse de súbito. Seis retratos descoloridos habitaban espectralmente la estancia. Ramiro esperaba junto a un brasero, que guardaba aún la ceniza de los últimos saraos.

Por la noche, cuando vio a su madre dormirse con un sueño tranquilo, reparador y poblado de ensueños felices que hacían dibujarse una fugitiva sonrisa en sus descoloridos labios, Julieta se sentó ante el escritorio de plata con las iniciales de Blanca, y, dejando rebosar su alma henchida de gratitud, escribió largamente a su amable discípula.

El caballero se detuvo a la puerta esperando que cruzasen cinco o seis parejas que venían girando al compás de un vals, y sus labios descoloridos se plegaron con sonrisa tan dulce como triste. ¡Qué tarde! No pensábamos que usted viniera ya exclamó la señora alargándole su mano fina, nerviosa, que se contrajo tres o cuatro veces con intensa emoción al chocar con la de él.

Un discreto médico, amigo mío, mandaba á sus clientes descoloridos de París, de Lyon, á aquellas costas á tomar baños de sol, y él mismo lo desafiaba hora tras hora sobre una roca, no resguardando más que la cabeza; lo restante de su cuerpo adquiría un bello matiz africano.

Durante toda mi vida recordaré aquel largo corredor fresco y tranquilo, la pared pintada de color de rosa, el jardinillo que se entreveía en el fondo a través de una cortina de color, y en todos los tableros flores y violines descoloridos. Prodújome la misma impresión que hubiera experimentado al entrar en la casa de algún antiguo bailío de los tiempos de Maricastaña.

A falta de vivacidad, sus ojos, grandes y garzos, conservaban cierta dulzura que debió ser durante la juventud grato atractivo, y aún sus labios, descoloridos por los años, solían entreabrirse como queriendo recordar sonrisas reveladoras de una dentadura antes blanca y firme, si ahora descarnada y amarilla.

Podían, por fin, hablar sin reserva del pasado, confiarse todo lo que recíprocamente habían sentido y sufrido el uno por el otro, borrar los últimos lineamientos del terrible equívoco que por tanto tiempo los tuvo separados, y los mismos transportes de la pasión eran descoloridos detalles comparados al hechizo de estas mutuas confidencias, de estas horas de ternura.

Pero Margalida permanecía silenciosa, descoloridos sus labios, pálidas las mejillas con una blancura lívida, moviendo los párpados para esconder tras el enrejado de las pestañas la humedad lacrimosa de sus ojos. Iba a llorar. Se adivinaban sus esfuerzos para contener el llanto: respiraba con angustia.