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A todos les pareció extraordinario que una joven a quien tenían por delicada y sensible, encontrase placer en un espectáculo que no podía dejar de traerle a la memoria un recuerdo funesto. Hubo, sin embargo, que habituarse a su presencia, porque desde este día no dejó de ir a la sala de armas, a las horas que lo hacían el señor de Maurescamp y sus huéspedes.

Pero cuando el primer ímpetu del dolor comenzó naturalmente a calmarse, como él tenía que habituarse de manera fatal a la idea de la muerte; como todas las fuerzas de su alma se concentraban a recoger, a custodiar, a inmortalizar la memoria del ser que se había alejado para no volver, en su mente comenzó a apuntar la reflexión de si la muerte no se compadecería de aquel odio ciego y de su deseo de venganza.

En la obscuridad, sin más luz que el tenue fulgor sideral que entraba por la ventana, volvió a llamar a Ojeda «viejito» y «negro», dos palabras amorosas del nuevo hemisferio a las que él no había podido habituarse todavía, y que en medio de los transportes pasionales le hacían sonreír. Cuando brilló de nuevo la electricidad estaban los dos sentados en un diván.

Obdulia, que no pudo habituarse a vivir entre cajas de muerto, enfermó de hipocondría; malparió; sus nervios se desataron; la pobreza y las negligencias de su marido, que de ella no se cuidaba, agravaron sus males constitutivos.

Hay que habituarse á él con lentitud, no querer aspirarlo expresamente. Poco á poco, sin apercibirse de ello, en los abrigados repliegues del terreno, jugando con su hijo, respirará usted libremente y sus pulmones se ensancharán. Empero, al principio, no permanezcan mucho tiempo en la playa, antes bien dirija sus pasos al interior de la comarca. La tierra, su amiga habitual, la llama á usted.

En ese momento se abrió la puerta del salón y Juan entró. Bruscamente, tuvo bajo sus ojos este grupo: María Teresa, al lado de su prometido, sentados en un sillón, e inclinada hacia él, en tanto que Huberto estrechaba en su mano la mano de la joven. El pobre Juan tembló, pero por un esfuerzo de voluntad se dominó; ¿no era aquél un espectáculo al que debía habituarse?

Volvieron a surgir los chorros de humo sobre la carne chamuscada, sonaron los tiros, y el toro corrió otra vez, pugnando por aproximar la boca al pescuezo enroscando su cuerpo macizo; pero ahora los movimientos eran de menos violencia, como si su vigorosa animalidad comenzara a habituarse al martirio.

Debe haber un daltonismo hereditario en la masa. Es imposible que vean el rojo con el mismo tinte que se nos ofrece. El verde los seduce; es necesario haber vivido un año entre cotorras para habituarse a aquellos plastrons imposibles. En cambio, el grupo de los swell se viste con una elegancia sólo comparable a la alta clase inglesa.

Doña Luisa tuvo que entrar y salir muchas veces para habituarse al imponente aspecto de los porteros: él condecorado, vestido de negro y con patillas blancas, como un notario de comedia; ella majestuosa, con cadena de oro sobre el pecho exuberante, y recibiendo á los inquilinos en un salón rojo y dorado.

Todo es allí ligero, como en Lima, y el aspecto interior de las casas, sus paredes delgadas, sus tabiques tenues, revelan constantemente la temida expectativa de un terremoto. Durante mi permanencia en Caracas tuve ocasión de observar uno de esos fenómenos a los que el hombre no puede nunca habituarse y que hacen temblar los corazones mejor puestos.