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Vaya, vaya con el señor conde, ¿qué le habremos hecho nosotros para que así nos aborrezca?... ¿Qué le habremos hecho nosotros para que así nos aborrezca? El cura de la Segada tenía por costumbre repetir dos, tres y hasta cuatro veces la misma frase, mirando fijamente al interlocutor, y abriendo desmesuradamente la boca para reir y también para dejar ver unos enormes y desvencijados dientes.

Mientras roía con sus dientes desvencijados algunas pastas, pues no admitía otra cosa su estómago, también un poquito averiado, disertaba, mejor dicho, exhalaba una serie de exclamaciones acerca de cierta novela recién publicada en Francia.

Su tuviese unas esmeraldas tan hermosas como Clementina, dejaría las perlas en sus estuches respondió la dama, mostrando al sonreír unos dientes bastante desvencijados donde brillaba en algunos puntos el oro del dentista. Haría usted mal. Las mujeres hermosas están en la obligación de ponerse lo que les va mejor. Dios quiere que sus obras maestras se manifiesten en todo su esplendor.

Sobre la mesa descansaban algunos breviarios, algunas plumas de ave, algunos tinteros y una buena cantidad de polvos de escribir. Un armario inmenso, colosal, tapaba casi por entero uno de los lienzos de la estancia. Cerca de él, amontonados formando pila, unos cuantos feísimos y desvencijados cofres.

También crecían en el jardín varias plantas de reseda y heliotropo, y una muchedumbre de perlas de Oriente y rosales de malmaisson, que debían igualmente su existencia á sus desvelos. Otro tanto había sucedido con la lectura. Octavio había principiado por leer los tomos desvencijados y grasientos que su madre guardaba en el armario de la ropa blanca.

Allí, en las húmedas y boscosas calles de Barrio Viejo, encontraréis a todos los villaverdinos: unos a caballo, luciendo el potro rijoso y bien enjaezado, el pantalón ceñido, el sombrero suntuoso y el zarape de mil colores; otros, en viejos y desvencijados carruajes; los más, caballeros en el corcel de San Francisco.

Salomé miró con angustiosa calma las colgaduras remendadas y raídas, los muebles desvencijados y rotos. Doña Paulita dió un suspiro místico, y continuó en silencio. Coletilla, cuando emitió tan gran pensamiento, se levantó y se fué, después de saludar á las damas y hablar algo en voz baja con la más vieja de las tres.

Todo el pasado les está hablando constantemente y les pesa sobre sus pobres huesos desvencijados y sobre sus almas saturadas de las antiguas coqueterías, de sus eternas frivolidades de mujer. Suelen tener un amor furioso y extravagante hacia los perros y los gatos. Una desviación caricaturesca de sus maternos instintos estériles o frustrados.

La gente de Morsamor estaba cansadísima. Y Urbási, rendida por la fatiga y emociones violentas, necesitaba para reponerse tranquilidad y reposo. En el desierto edificio había muchas estancias separadas y capaces, pero muy pocos y antiguos muebles, rotos o desvencijados. Por dicha, las mulas traían de repuesto cuanto era conveniente para hacer agradable aquella vivienda.