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Si se aplicaba un fósforo encendido á la hierba, ardía como estopa. La gente de la Segada tenía que andar un kilómetro para ir á la fuente, porque la del pueblo se había agotado. La vida en el palacio era monótona, pero dulce y amable. Laura tenía perfectamente distribuído el tiempo, y lejos de aburrirse se encontraba como el pez en el agua. La idea de su vuelta á Madrid la estremecía.

Lo que se repartía cuando fuimos era un sol magnífico capaz de derretir las piedras. ¿De manera que usted cree que yo no debo ir á la Segada? Paco Ruiz dijo estas palabras con gravedad cómica. D.ª Feliciana y Carmen rieron. ¡Siempre ha de ser usted el mismo! repuso D. Marcelino un poco amoscado levantando la tabla del mostrador para entrar.

Parecía que sus pulmones de gigante no encontraban aire ni aun en los espaciosos salones del palacio. Pero desde que los señores habitaban en la Segada, ó mucho habían cambiado sus aficiones, ó muy contrariado debía estar, pues sus costumbres no eran las mismas. Ya no salía de caza sino con los condes. Dejó en manos de los criados los trabajos de la labranza.

Cuando éste decía: «Buenas noches, señorito Octavio», dejaba escapar un suspiro de satisfacción al verse reconocido y murmuraba: «Es una temeridad andar á estas horas solo por tales sitios: ¡no me vendré otro día sin un arma!». El acuerdo jamás llegaba á cumplirse, y seguía yendo y viniendo de Vegalora á la Segada totalmente inerme y á merced de todos los riesgos y venturas.

Todos se empeñaban en que se apeasen y descansasen un rato, pero no lo consiguieron, porque el señor conde les dijo que, faltando tan poco para descansar de una vez, no había necesidad. Y en eso creo que tenía razón. Á estas horas ya están de seguro en la Segada.

Cuando volvía de la Segada después de haber pasado algunas horas cerca de ella y entraba por los sucios arrabales de Vegalora, nuestro señorito dejaba escapar siempre un suspiro y se pasaba la mano por la frente. Allí se rompía el encanto. La nube brillante que le envolvía durante el camino volaba á unirse con las que el sol besaba antes de morir.

Mas á pesar de tales y otros defectos, no es posible negar que era un perro simpático y de excelente fondo. Desde la llegada de los condes á la Segada, había experimentado su vida algunas modificaciones que no eran de su gusto.

Cerca ya de la barraca, cuando oía los ladridos de su perro, que le había adivinado, vió un muchacho, un zagalón, que, sentado en un ribazo, con la hoz entre las piernas y teniendo al lado unos montones de broza segada, se incorporó para saludarle: ¡Bòn día, siñor Batiste! Y el saludo, la voz trémula de muchacho tímido con que le habló, le impresionaron dulcemente.

Consérvate bueno y recibe muchos recuerdos de tu tía y de toda la demás familia, y un fuerte y cariñoso abrazo de tu tío Vegalora 18 de Setiembre de 187... Del provisor de la Diócesis al párroco de la Segada y arcipreste del concejo de Vegalora.

16 Y el que estaba sentado sobre la nube echó su hoz sobre la tierra, y la tierra fue segada. 17 Y salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda.