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Al notar la oleada del creciente rumor, abandonó la Tribuna la piedra que traía entre manos, y volviose iracunda, con la mirada rechispeante, a la inerme multitud.

Temblaba la tierra bajo los pies de tan formidables guerreros, crujían sus palos al chocarse, escuchábase de lejos su resuello temeroso. Todo el campo de la fiesta se estremecía pendiente de aquella descomunal batalla. Por fin el hijo del tío Pacho alcanzó el brazo derecho de su contrario con un garrotazo. Saltó el palo de la mano de Toribión y quedó inerme frente á su adversario.

«En las ciudades do el incendio brama «El cacique con látigo sangriento, «Abusando del triunfo que le infama «Marca y cuenta los hombres ciento á ciento. «Débil rebaño que se inclina inerme «Á un yugo ó deshonroso ó inhumano! «Pueblos, formad una Santa-Alianza «Y presentaos la mano.

Su nave, inerme, dejó que se le aproxímase la galera, que la prendiese con enormes garfios, y que los corsarios, armados de hachas, se lanzasen al abordaje, o más bien, confiados en su poder incontrastable, a tomar posesión de la nave sin recelar resistencia alguna. Así fue en un principio.

Cuando éste decía: «Buenas noches, señorito Octavio», dejaba escapar un suspiro de satisfacción al verse reconocido y murmuraba: «Es una temeridad andar á estas horas solo por tales sitios: ¡no me vendré otro día sin un arma!». El acuerdo jamás llegaba á cumplirse, y seguía yendo y viniendo de Vegalora á la Segada totalmente inerme y á merced de todos los riesgos y venturas.

El batallar continuo, la vista de la sangre, la irritación por el hermano muerto, inerme, exaltaban esos organismos morales hasta la locura. Bolívar hace sus tres campañas fabulosas y a lomo de mula recorre Venezuela en todas direcciones, hace varias veces el viaje de Caracas a Bogotá, de Bogotá a Quito, al Perú, ¡a los confines de Bolivia!

Á recorrer la tierra Confortando creyentes que flaquean. ¡Qué! la edad, las fatigas y la guerra No han domado tus sienes que blanquean? No, no: yo voy á recorrer la tierra, Y á confortar creyentes que flaquean. ¿Á dónde vas? Á quebrantar los yugos Con que oprimen al pueblo los tiranos. ¡Tiembla! te entregarán á los verdugos, Y el pueblo inerme batirá las manos.

¡Luceros de radiar inextinguible! ¡soles que apenas los humanos ven; almas, felices almas! ¿es posible que llegue a ser estrella yo también...? ¿Sabéis lo que es el río al parecer inerme, cuyas dormidas aguas espejan lozanías? Es el titán pacífico en cuyo seno duerme un nunca sospechado tesoro de energías. ¿Sabéis dónde ha nacido la plácida corriente?

Así como todo lector cándido y crédulo podrá inferir después de leer La sima que es una abominable patulea la mayoría de los seres humanos, la lectura de otra flamante novela que tengo sobre mi mesa, y cuyo título es Nieve y cieno, puede inducir en error menos cruel, pero no menos evidente. ¿Es verosímil, es frecuente en la vida real que haya un gran conjunto de hombres y de mujeres apacibles, sencillos, virtuosos y buenos a carta cabal, los cuales vivirían feliz y honradamente en un perpetuo y almibarado idilio, si no hubiese un tirano que les impusiese su yugo, que los tratase a puntapiés y que los dominase a su antojo, como fiero y rústico pastor a rebaño manso e inerme.

El coronel recordó á la difunta princesa en sus días de humor tormentoso, cuando, después de una explosión de cólera, se retorcía, pidiendo que la perdonasen, entre llantos histéricos. Al tirar suavemente de esta mano, se sintió seguido por el príncipe, inerme y sin voluntad. Martínez aguardaba á pocos pasos. Dense las manos. Todo ha terminado. Los caballeros son siempre... caballeros.